Friday, November 21, 2008

DOGMA DE FE (GAVILÁN O PALOMA)

Me ha quedado talmente vidadebriánico...

El tema del Tintero era "Esto no es lo que parece" y es que a mi la historia del carpintero, su mujer y la paloma...como que no

Allá va:

DOGMA DE FE (GAVILÁN O PALOMA)

La mujer, azorada, bajó la vista y buscó apoyo en el brocal del pozo cuando los ojos de fuego del Visitante se posaron sobre ella. Sus mejillas se colorearon con el mismo rubor con el que la aurora había pintado el firmamento. Temblaba de turbación ante las palabras que habían fluido de la boca del hombre para cambiar su existencia.

-No temas- le había dicho- pues has hallado Gracia ante el Señor. El poder del Altísimo te cubrirá con su sombra y en Ti hallará complacencia.
La mujer sintió el eco de esa Voz en sus entrañas, irresistible, hasta que rindió su oposición y contestó humildemente:
-Su esclava soy. Háganse en Mi sus deseos.

El gobernador regresó a Palacio abatido por una fuerte cefalea. Rechazó el vino tibio que le ofrecía Properio, su ayudante personal, pues solo ansiaba la penumbra fresca de su aposento y el alivio de una infusión de láudano. En el umbral de la alcoba su oído, aturdido por el dolor, alcanzó a escuchar un bisbiseo, una risilla ahogada, un jadeo apenas perceptible y, reconociendo de inmediato una situación tan repetida, abrió la puerta y dijo con todo el hartazgo acumulado durante los años de su matrimonio:
-¿Quo usque tandem abutere, Furora Uteria, patentia nostra?

- ¡Esto no es lo que parece!- exclamó ella mientras el hombre alto con el que había compartido lecho corría a esconderse tras los cortinajes, tapando como podía sus partes pudendas- Esposo mío: he sido bendecida entre todas las mujeres por la gracia del Altísimo, y ante él he sacrificado mi virtud buscando, sólo, una mejoría de las tensas relaciones judeo-romanas. Y además es dogma de fe, así que no te me pongas digno, que no te pega nada.

-Pero Uteria, hija mia, qué altísimo ni qué puer mortuus. Este tipo es Neftalí, hijo de Arathorn, heredero de Isildur, también llamado el Amanita, de los Macabeos de toda la vida. Y a ti lo que te pasa es que has escuchado el chiste de José el carpintero, su mujer y la paloma y te ha dado por ahí. Que ya nos conocemos, esposa, que son muchos años...

-Pues bien que le vino al carpintero, que por lo menos aprovechó la coyuntura para fundar el “Club de Tiro al Pichón con Honda” y ya lo ves, se ha forrado. No como tú. Te lo tengo dicho: hace tiempo que no siento nada al hacerlo contigo, porque careces de fantasía y has traído el tedio y la rutina a nuestro tálamo, pedazo muermus

El Gobernador se mesó los cabellos, agotado y dolorido, y pasó un lienzo al judío para que se cubriera, invitándole, con un leve gesto a salir de su escondrijo. No dejaba de ser ridículo, con su edad y condición, ese inoportuno ataque de honorabilidad, y menos en mitad de tan tremenda jaqueca y con respecto a una esposa cuya fama había trascendido las fronteras del Imperio desde que se convirtió, en época de Claudio, en la asesora de imagen de Mesalina.

-Estoy cansado, Uteria. Lo único que siempre te he pedido es algo de discreción. El teatrito de la semana pasada, con aquello de Júpiter y la lluvia de oro, nos ha costado un pastón, y ni te cuento cuando montaste lo del rapto de Europa con ese señor de Iberia. Que ya está bien, querida, que vamos a tener que repartir números...

- Oiga, que yo ya había pedido la vez- interrumpió el Altísimo desde su estatura, bastante elevada para ser hebreo, que eran más bien de natural retaco¾ Mire usted, el LXI tenía, que uno será amanita, pero no abusón.

El gobernador le miró con hastío y llamó a su guardia personal para que detuvieran al amanita y a Properio para dictar orden inmediata de crucifixión contra el contrito amante. Después se lavó las manos.

- Ya ves lo que me obligas a hacer, esposa. El día que por tu culpa se nos revuelvan las doce tribus y nos manden a tomar por los Altos del Golam, te juro por la virginidad de Vesta que te mando lapidar por adúltera, aunque seas ciudadana romana y no quede fino. Que te pasas mucho, Uteria, que te pasas mucho...

Uteria salió de los aposentos reflexionando sobre lo injusto de lo designios de Fortuna. Nadie había dudado un ápice de la virtud de la mujer del carpintero. Sin embargo ella... Y es que hay veces que no se sabe si es mejor tener en casa gavilán o paloma.


Monday, November 17, 2008

ATLAS DE LOS LUGARES QUE NUNCA EXISTIERON

Vale, Vale...


El comienzo de curso ha sido tremendo, criaturas.


Tensiones, disgustos...mal rollo.


He estado perjudicada. Las jaquecas, cefaleas y neuralgias del trigémino producidas por el estrés casi acaban conmigo.


Pero no. Aquí estamos, incorruptibles ante el desaliento.


Y ya que mi plimo y mi Richal me animan...subo relatos. Tengo muchos, pero mejor iré poquito a poco, no sea que os atragantéis.


Sólo me queda algo por decir: ¡Ánimo, Falete!


Bien, allá va el primero:



ATLAS DE LOS LUGARES QUE NUNCA EXISTIERON

Por aquí se va a Babia, ¿lo ves? Más al Norte, entre estas manchas de color marrón oscuro. Significa que Babia está entre altas montañas. Ya sabes: marrón oscuro, altura en el relieve del terreno. Tenlo en cuenta cuando vuelvas a consultar el atlas, si de nuevo te vuelves a perder. ¿Te acuerdas de aquella pareja que nos dijo que tenía una casa en Babia? ¡Qué gracia te hizo! Ella no necesita casa, les dijiste, suele estar en Babia tres o cuatro veces al día. Quedaste como lo que eres, un patán; quedas como un patán cada vez que intentas humillarme en público, solo que tú eres incapaz de darte cuenta.
Sin embargo es cierto: poseo facilidad para el ensueño, mi mente vuela, me despisto. Puedo perfectamente remover la salsa de tomate mientras me voy imaginando, quizá, cómo lograr un nuevo color azul para mares y cielos. A ese estado, en el que sólo un leve hilo me sujeta a la realidad, tú le llamas “estar en Babia”. Bien, ahora sabes dónde encontrar Babia, tú que nunca has estado allí.
Jamás debí enamorarme de un tío que nunca ha estado en Babia.

Conseguí el azul que buscaba. Con él he pintado los mares de este atlas que te entrego. A pinceladas mínimas cada ola, cada marea. Fíjate bien, es un trabajo fino, merece la pena. Y mira estos atolones diminutos, en el punto más alejado del mapa central: Es el Archipiélago de Las Lejanas: Casadios, El Quinto Pino...Ahora que las miro, creo que tenías tu parte de razón: mi madre vive en Casadios; mi amiga en El Quinto Pino. Sí. No merecía la pena ir a visitarlas, tan lejos...perderíamos un tiempo precioso; sobre todo tú.
El azul de los océanos en los mapas...Me quedé prendida de esa imagen cuando me la enviaste, en aquellos tiempos en los que me necesitabas para respirar. Claro que, exactamente me escribiste “L azul d ls ocanos n ls mapas”
Nunca debí enamorarme de un tío que manda a Salinas por sms.
Observa ahora, atentamente, las dos islas mayores; ahí, en el centro del mundo que he dibujado para ti: la más grande es fácilmente reconocible. Si te ayudas de una lupa incluso verás al Jolly Roger atracado en la Bahía de las Sirenas. Tener un buen velero a mano, y más si es pirata, siempre viene bien por si hay que salir huyendo, o simplemente, de viaje. De todas formas, como me mareo hasta en las barcas de El Retiro, he colocado frente a Nunca Jamás la isla de Ninguna Parte. Ya ves lo práctica que me he vuelto a tu lado. Verás cómo así, viento en popa a toda vela y del brazo de hierro de James Hook, sí voy a Ninguna Parte.
James Hook es un tipo con clase, ya lo creo. Capitaneará su bajel entre las Sirenas haciendo oídos sordos a sus cantos. No como tú, insensato, que incluso creíste que ibas a salir indemne de entre sus brazos.
Nunca, jamás, volveré a enamorarme de un tío que no sabe resistirse a los cantos de sirenas.
No he podido terminar el atlas a tiempo; no sabes cómo lo lamento. Falta lo más importante, el motivo por el que me he encerrado a trabajar durante estos días y estas noches. Cuando me dijiste que, después de todo, sin mi te hallabas perdido, quise, de alguna forma, recompensarte por el esfuerzo que habías hecho al recordar, tan a tiempo, tan al hilo, una de las frases más importantes de la semiótica del culebrón televisivo. “Sin ti me hallo perdido”, ¡ese verbo hallar se merecía algo realmente único! Y entonces se me ocurrió. Adoro la cartografía, ya lo sabes. Para mi pocas cosas son tan excitantes como viajar por un mapa, mejor cuanto más antiguo, y, por ejemplo, puedo volver a ver el reino de Siam, escrito con letra inglesa, a pluma y tinta de color.
Tú te hallabas perdido y yo tenía la clave. Fabricaría un atlas para ti. porque lo mereces más que nadie, porque no quiero que te queden dudas. Para que sepas llegar a tu destino, a tu lugar en el mundo, a donde yo te envio de una vez por todas.
Sólo que me quedé sin pergamino ¡Y mira que prescindí de Avalón y sus brumas! El sitio donde vas queda tan, tan lejos, que se sale de este atlas.
Vete a Tomarporculo.
Y toma esta brújula por si te pierdes. No vuelvas a decirme que así no voy a ninguna parte. Las chicas, buenas y malas, vamos donde queremos, imbécil.


Sunday, September 07, 2008

LA ESTACIÓN

Otro septiembre más, criaturas.


¿Qué tal el verano? El mio tranquilo: pequeños viajes, familia y mucha tranquilidad. Y una novedad importante: Por primera vez, he conseguido desconectar de todo, todo y todo.


Bien. Pilas cargadas, que no es poco.


He seguido escribiendo. Entre viaje y viaje seguía con mis relatillos para el Tintero. Cositas ligeras como una ensalada de pasta con piña. Incluso gané el concurso de microrrelatos, con gran disgusto para unos cuantos. En fin.





En Septiembre hemos empezado con un tema apasionante: Los Fantasmas. Os dejo con mi relato (bueno, el de Thinkerbell, Cozi, que soy yo mirma)

LA ESTACIÓN




Como un espejismo que dura lo que un parpadeo, cada mañana puedo ver la estación. Sí, la veo.
Me apretujo contra el cristal del vagón y espero, expectante, que el metro abandone la estación de Bilbao y se interne en el túnel y, en seguida, un atisbo de azulejos y un cartel que anuncia algo que hace mucho tiempo dejó de venderse. Sólo eso.
Los demás viajeros de la línea 1 permanecen ajenos, enfrascados en al lectura del diario, o en sus pensamientos, o en cualquier conversación trivial. No puedo comprender cómo, en una ciudad en la que los prodigios se desterraron hace tanto tiempo, nadie excepto yo se maraville al asomarse, sólo durante el tiempo que dura un suspiro, a la estación fantasma de Chamberí.
Porque sé que, en ese lugar que es y que no es, algo me espera.
………………………………………………………………………………….
Al principio sólo he percibido un vago reflejo en la ventanilla, después, el presentimiento ha estallado en mi nuca para despeñarse, eléctrico, a lo largo de mi médula, enervando hasta el máximo umbral, mis cinco sentidos. Lo he reconocido enseguida: es el anuncio de que algo se avecina, como ocurrió aquella vez en la que me enamoré.
Por eso hoy no me he bajado del tren en mi parada habitual. Necesito constatar si es cierto lo que más que ver, he adivinado. Y continúo, pegada a la ventanilla, haciendo y rehaciendo el trayecto de la línea 1, mientras el metro engulle estaciones, una tras otra, Alvarado, Cuatro Caminos… mi corazón galopa desbocado a medida que me acerco, Ríos Rosas, Iglesias…y late enloquecido en mi garganta y en mis oídos. El túnel me devora y, afuera, todo es más negro.
Todo se detiene. Los astros suspenden su eterna ronda; los relojes, el tiempo. Ahora puedo verlos, ahí están, son los suicidas. Inmateriales, ingrávidos, sin forma, sin voz.
Esperan y esperan en el andén, sin saber que el tren no volverá a pasar, sin saber que están muertos, sin sentir la existencia de los demás, apenas meras presencias del reino de los sueños. No recuerdan que hubo un segundo en que la desesperación, la ira o el hartazgo les lanzó contra las luces del tren que entraba veloz en la estación y continúan esperando un metro que frene a tiempo para poder seguir su camino.
En la estación fantasma de Chamberí no queda ni una rata, ni una araña. No hay signos de vida. Hasta los carteles y los anuncios son cáscaras vacías de tiempo.
Puedo ver a los suicidas. Solos. Esperando. Esperándome. Me necesitan.
Por eso he bajado a la vía y me adentro, caminando, en la oscuridad del túnel, sin hacer caso de los gritos que me advierten del peligro. He de llegar a la estación y avisarles, uno a uno, de que ningún tren volverá a pasar. Lo haré con sumo cuidado, con toda la ternura de la que sea capaz, recogeré sus lágrimas y abrazaré sus sombras.
La estación fantasma se enciende, mortecina, para iluminar mi camino hacia el andén donde los suicidas esperan.
Tras de mi una fuerte vibración del túnel y un estruendo ensordecedor me vaticinan la inminente embestida del tren.
Estoy llegando.

Wednesday, July 09, 2008

EL MERECIDO DESCANSO

¡¡ ESTOY DE VACACIONES!! (bueno...casi, casi). No me lo puedo creer. No tengo planes ni ganas de hacerlos. Será porque aún pesa esa escayola del año pasado que me dejó con el billete de avión en la mano y el coche tirado en la gasolinera. En fin...
Os dejo este desquicie que me ha salido del teclado. El tema era "El Termómetro".


EL MERECIDO DESCANSO

- ¡Reverenda Madre, Reverenda Madre, que Don Ramoncito se ha vuelto a cargar el termómetro!

Viperia Koplowitz, Superiora de las Madres Apandadoras, eleva sus ojos al cielo, con resignación. A pesar de llevar casi dos horas frente a la pantalla del portátil, la continuas interrupciones le estaban dificultando enormemente el cierre de una muy suculenta operación de Bolsa. Su paciencia estaba a punto de evaporarse.

- Santa Madonna, Sor Mesalina. Le he dicho cientos de veces que sobrelleve la cruz como buenamente pueda, pero sin dar la sagrada brasa.¡ Y menos si ve la puerta del despacho cerrada, Copón!

La Madre Viperia acompaña a Sor Mesalina hacia el ala de residentes. Sigue oliendo a moho. A pesar de todo el capital invertido en rehabilitación y saneamiento del antiguo convento al que el instinto para los negocios de Viperia Koplowitz convirtió en “El Merecido Descanso”, un asilo para ancianos adinerados y sin familia. Un buen negocio.

Don Ramoncito, en su pelea con Sor Mesalina, ha derribado todos los muebles de la habitación. También el vaso que contiene su dentadura postiza. Está tirado en el suelo, cuan largo es, con la carcasa vacía de un bolígrafo bic cristal en una fosa de sus dos fosas nasales, intentando esnifar las bolitas de mercurio que el termómetro roto ha desparramado por el suelo.
En el rincón más alejado de él se refugia su compañero de habitación, don Iván, travestido de nuevo en la Audrey Hepburn de “Desayuno con Diamantes”.

La Madre Viperia alza del suelo a Don Ramoncito, suave pero firmemente, con esa perfecta mezcla de dulzura y autoridad a la que resulta imposible resistirse.

-Vamos, vamos, Don Ramoncito, no me sea cabezota, que las bolitas por vía nasal perjudican gravemente la salud, y usted no está para muchos vicios.

-¡Unaf solaf nadaf másg, Badre! ¡Déjemef unaf solaf!

Luego vuelve los ojos hacia el rincón. A Don Iván se le ha caído la diadema del susto:

- Venga, Don Iván, tómese las magdalenas que aquí no ha pasado nada. Y no me llore, hombre, que se le va a correr el rimel ...

- Estoy de don Ramoncito y sus bolas de mercurio hasta más allá de los Oremus, Madre- confiesa Sor Mesalina a la Madre, una vez resuelto el conflicto.

- Tenga paciencia y ofrezca su sufrimiento a Santa Paris, que pasó lo suyo en vida. Además, si a Don Ramoncito le queda media novena, hermana...
- ¿Y está usted segura de que el mercurio ingerido es más rápido que esnifado?
- No sólo eso, es que apenas deja huellas. Por eso nuestros “Suspiros de Monja” se venden tan bien en los Congresos políticos.
- La paciencia es la madre de la Ciencia, Madre.
- Es importante no perder nada del mercurio que se caiga de los termómetros rotos, hermana. Que ha subido el Euríbor y cuestan un pastón. No se le olvide, que los “Suspiros” gustan más cuanto más relleno tengan...

El teléfono móvil de Viperia suena insistente:
“¡Llena de gracia! ¡Llena de gracia!”
- Me encanta ese politono, Madre, a ver si me lo pasa por el bluetooth
- ¡Shh! Es la sobrina de don Ramoncito- dice la Madre, tapando el auricular- Querrá saber cuánto le queda a su tío en este Valle de Lágrimas

Y entra en el despacho, cerrando la puerta tras de sí.

La jornada continúa sin apenas sobresaltos. Tras una frugal colación, los huéspedes de “El Merecido Descanso” duermen la siesta y las amables monjitas que les atienden hacen lo propio o se bajan del youtube vídeos de la Escolanía de Voces Blancas del Valle de los Caídos.

De repente, un alarido sobrecogedor rompe la calma. Sor Cruella, con el rostro demudado, abre de golpe la puerta del despacho:

-¡Madre Viperia, Madre Viperia!, ¡que don Ramoncito le ha clavado el termómetro a Sor Mesalina en lo que viene siendo la carótida!-
- ¡Por el amor de Dior! Luego se extrañan de que nos quedemos sin vocaciones...
- ¿Y qué vamos a hacer, Reverenda Madre?
- Pues lo de siempre: que parezca un accidente.
-¿Y con Sor Mesalina?
- Le pondremos una bonita esquela en el ABC. Por cierto ¿a que se dedicaba la fallecida antes de tomar los hábitos?
- Era Maestra Nacional
- Entonces que su esquela diga: “Acógela en tu seno, Señor, que llega muy cansadita”.

Y ambas musitan quedo, en loor de la difunta “Like a Virgin”, de Madonna.






Wednesday, July 02, 2008

BASTET Y SHEKMET


El cuento sobre Ghost ganó el Tintero. Esta vez ha levantado ampollas, pero...haber pedido muette.

Por petición propuse el tema de "Gatos". Escribí bastante sobre ellos en los tiempos en que compartí mi vida con el Zaca, así que, como no me motivaba demasiado, me fui al antiguo Egipto y a sus míticos dioses. Una inventada.

BASTET Y SHEKMET
La nodriza termina de anudar el pelo de Ahmose, la Favorita, mientras las doce comadronas ungen con aceite su vientre hinchado antes de la siguiente contracción.
Los trabajos del parto habían comenzado al amanecer, apenas visible la barca de Ra sobre las aguas del Nilo. Thutmose, el heredero del Faraón, desoyendo una vez más las voces que le exigían prudencia, había partido unas horas antes de cacería, a pesar de que el desenlace parecía inminente. A pesar de que, como en anteriores ocasiones, malos augurios se cernían amenazantes sobre la parturienta y su hijo.
El Pabellón del Nacimiento, en el recinto de Karnak, estaba listo. La Reina Madre había supervisado personalmente cada detalle del ritual con dos lunas de anticipación por si, como solía ocurrirle a Ahmose, su útero no conseguía retener al heredero hasta el final del tiempo de gestación. Esta vez no hubo que improvisar y, cuando la procesión de comadronas y sacerdotisas atravesó la puerta y la princesa se colocó en cuclillas sobre los cuatro ladrillos mágicos, todo estaba en su lugar: el antiguo peshekef de sílex que cortaría el cordón umbilical, los pebeteros exhalando aromáticos sahumerios, los amuletos protectores e incluso –no lo permita Isis- la vasija de barro mortuoria por si el recién nacido no conseguía sobrevivir.
Ahmose acompaña con un largo alarido el relámpago sostenido de dolor que desgarra un poco más su vientre. Las comadronas comienzan a recitar el “Cipo de Horus”, la fórmula mágica que marca el término de la fase de dilatación. La Reina Madre besa el amuleto y lo coloca alrededor del cuello de su nuera y sobrina, mientras el terror se asoma en la mirada de la Comadrona Mayor. Como en un mal sueño que se repite, algo ha comenzado a salir mal.
La Reina Madre acalla los salmos en honor a Neftis, la Excelente, y pide a todas que inicien los misterios de Bastet, la diosa-gata, protectora del parto y la maternidad:
Oh tú, diosa mía,
La de los vasos de ungüentos
mi ka está a tu lado,
Señora del Este
he ascendido al cielo como una garza...
Ba de Isis...

En sus aposentos, Mutnefert, la segunda esposa de Tuthmose, cubre su incipiente embarazo con la túnica de lino rojo de Sekhmet, la diosa- leona, la otra cara de Bastet. Sekhmet la feroz, la vengativa, la destructora. Bajo su advocación ha conseguido malograr los tres primeros partos de su rival Ahmose. Y ahora que, al fin, su vientre seco acoge el milagro de una vida, sólo necesita tiempo. Para que su hijo nazca sano y varón. Para que la dinastía continúe en ella. Para adueñarse del tálamo real. Para ser la reina y señora de las Tierras de Egipto.

Ahmose yace exhausta, con los muslos ensangrentados. Apenas un tenue hilo, a punto de quebrarse, sujeta su alma a la vida. Bastet, la diosa-gata, invisible presencia en la habitación, observa impertérrita la lucha del nonato por salir al mundo sin la ayuda de una madre que se ha rendido. Bastet, la diosa-gata, protectora, cálida y maternal, cierra sus oídos a las oraciones de las mujeres que la olvidan a menudo, que sólo ansían belleza y poder, que sólo la recuerdan si la necesitan.
Sekhmet, la diosa-leona, invisible y presente en la habitación, está a punto de arrebatar el ka de la madre y del hijo. Bastet y Sekhmet, las diosas-felinas, balanza entre el bien y el mal de la naturaleza mortal, se miran a los ojos y se reconocen Una.
La nodriza susurra arcanos sortilegios al oído de la moribunda. La Reina Madre, majestuosa, sigue dirigiendo los cánticos de las comadronas sin que el desánimo consiga restarle fuerzas:

“He besado el cielo como un halcón.
Oh, Bastet está ahí para guardarte...
He alcanzado el cielo como una langosta que oculta el sol...
Oh, Ba de Isis...

Y la diosa-gata se conmueve. Esa niña -¡oh, sí, es una mujer!- merece nacer, crecer y reinar. Esa niña está destinada a devolver la paz y la prosperidad a las sagradas Tierras del Nilo, aunque el precio a pagar sea tan alto que la destruya. Bastet, la diosa-gata, la dulzura, la alegría, el placer y la femineidad, hace sonar su sistro y Sekhmet se funde en ella.
Con las últimas fuerzas que le restan, la Favorita empuja y una niña casi azul asoma su cabeza con el cordón umbilical enredado al cuello.

Todos los gatos negros del templo de Karnak entran sigilosos y solemnes y rodean la cuna en la que Hatshepsut, la primera mujer faraón, por fin consigue romper a llorar.

Wednesday, June 25, 2008

GHOST


Maldoror ha puesto de tema "El botijo". Se han presentado 20 relatos...eso para que se quejen.
Yo sí me quejo: no me decís nada, malas pensonas...
Ahí os va:
GHOST

Mariana Pindado Ledesma, de “Cerámicas Pindado”, tecleó el número secreto que activaba la alarma y subió la escalera que comunicaba su vivienda con el alfar.
Otro día que acababa. Una ducha rápida, una cena fría, la serie de televisión del martes, algo de lectura y por fin el sueño. Eso era todo.
Mariana se miró en el espejo. El vaho que lo empañaba se iba desvaneciendo dejando que su rostro emergiera desde apenas un aura a un contorno de rasgos difuminados que se iban perfilando, ganando viveza, desvelándose. Mariana disfrutaba especialmente de aquel momento del día, en el que jugaba consigo y con el espejo, a aparecerse, como un fantasma. A Mariana le gustaba su cara, pequeña, de perfecto óvalo y el color de miel de sus ojos miopes. Sin embargo odiaba con todas sus fuerzas el resto de su cuerpo, un pegote esférico adherido a su esbelto cuello por cualquier dios borracho con ganas de choteo. Porque, efectivamente, la figura de Mariana Pindado Ledesma, de “Cerámicas Pindado”, era motivo de burla en aquella pequeña ciudad. No era para menos que la dueña de una empresa dedicada a la fabricación de botijos desde que el mundo era mundo, pareciera la encarnación andante de su producto señero. Por eso no tenía en casa espejos de cuerpo entero.

Mariana introdujo con cuidado el dvd para ver, por enésima vez, su escena favorita: Demi Moore y Patrick Swayze, en Ghost, fundiéndose entre ellos y con la arcilla mientras Unchained Melody les envuelve en un in crescendo apasionado. Mariana, que cada mañana, de ocho a dos, modelaba botijos en un torno, nunca sentía correr su sangre como cuando veía esa secuencia que conocía de memoria, en cada uno de sus más mínimos detalles. Por eso, aquella noche, insomne de soledad, marcó el número de teléfono de los anuncios sin palabras del periódico provincial y dejó el siguiente mensaje:
“Señorita discreta busca caballero dispuesto a hacer realidad fantasía cinematográfica. Si deseas hacer realidad la escena de la arcilla de Ghost llama al número xxxxxxxxx”.

Dos días más tarde recibió la ansiada respuesta. Mariana se aseguró de que su partenaire no era vecino de aquella ciudad antes de aceptar la cita y, para mayor verosimilitud, pidió en la peluquería un bob, el corte de pelo que Demi Moore luce en la película y que consiguió marcar tendencia en su día para mayor gloria del gremio de peluqueros. Cuando el juego del espejo le devolvió su rostro aquella noche sintió que el agujero negro que la ansiedad había cavado en la boca de su estómago se hacía más profundo; lo había conseguido: era clavadita a la Molly del film. No había más que disfrazar su desnudo cuerpo de botijo con la camisa blanca de seda de su padre muerto, quitarse las lentillas y dejarse llevar...Sus piernas regordetas apenas conseguían sostenerla en pie.

La puerta del alfar estaba entreabierta. Ricardo Lozano Paredes, encargado de mantenimiento de Hoteles Bahía S.L, se asomó tímidamente y contempló, atónito, un taller de alfarería iluminado por cientos de velas.
En el centro de la estancia, Demi Moore, sentada frente al torno, moldeaba una vasija. Sonaba “Unchained Melody” y él no supo si, de nuevo, estaba soñando despierto. Sin poder desviar su mirada de aquel fascinante encantamiento, se dirigió a la esquina más remota y se desnudó, dejando con cuidado sobre una butaca el pantalón y la camisa que su madre había planchado con primor aquella misma tarde. También depositó sus gafas de culo de vaso. Quería volver a ver la misma película pero con otros ojos.
Ricardo acercó su taburete a la espalda de Demi Moore, se sentó y la envolvió en un leve abrazo en el que sus manos buscaban las de ella entre la arcilla cálida y sus labios el pico del nacimiento del pelo en aquella nuca eterna tantas veces deseada.
Dos horas más tarde, los Righteous Broothers seguían repitiendo para ellos que el tiempo pasa tan despacio ( and time goes by so slowly), cuando Ricardo, tímidamente, preguntó a Mariana si había visto “Nueve semanas y media”.
Y ella, con sonrisa picarona, le contestó que sí.








Wednesday, June 18, 2008

ILEGALES


Thinkerbell, ganadora de Tintero de la semana pasada, ha propuesto recrear un episodio de la Historia a gusto del escritor.
Aquí os dejo su contribución. Saludos...y ponedme algo, leñe...
ILEGALES
Habían avistado las tres embarcaciones a poniente de Playa Grande aquella misma mañana y, aunque el Protocolo de Emergencias y Salvamento Marítimo requería discreción absoluta sobre el operativo, la noticia había volado de unos a otros con la velocidad del águila.
En el horizonte se recortaban las siluetas de las tres naves. Grandes y grotescas, cascarones inapropiados para cualquier travesía en aquellas escarpadas costas. Nadie en su sano juicio hubiera intentado tal aventura de no hallarse desesperado, de no tener nada que perder salvo la vida.
Famélicos, harapientos, comidos de salitre y piojos, apoyándose los unos en los otros, apenas sosteniéndose en pie, aquellos náufragos de extraña fisonomía bajaban de los botes de salvamento e iban llegando con dificultad a la arena de la playa. Pronto se apiñaron alrededor del más alto de ellos, que portaba majestuosamente dos maderos cruzados.

-Debe ser el jefe- le dijo a su marido- Acércate tú primero, leñe, que no se diga, que para eso eres tú el Jerarca De Turno y ellos los intrusos.

Él, una vez más, obedeció sin rechistar a su mujer y se adelantó hacia los desarrapados, abriendo los brazos en señal de bienvenida.

- Pues no, el jefe debe ser el del corte de pelo a tazón- dijo ella a su cuñada, que había corrido a primera fila en cuanto vio hueco libre.
- No sé, hija, a mí todos los blancos me parecen iguales.
-A mi por un lado me dan mucha pena, porque oye, derecho a una vida digna todo el mundo tiene. Pero por otro lado...
-Es que luego está el efecto llamada. Primero vienen éstos, luego van trayendo a las familias, a los vecinos y, cuando nos queremos dar cuenta...
-Aparte que no podemos dejar la puerta abierta a que pasen sin ningún control, que luego las demás naciones nos ponen verdes.
-Que digo yo que lo de los palos cruzados que lleva el alto...¿qué será?
-Pues alguna costumbre rara de sus países. ¡Fíjate! Si la está clavando en la playa...
-Y ahora se arrodillan y cantan a la vez; ¡igual es algún conjuro y nos pegan algo!
-Calla, mujer, no seas supersticiosa, y apártate un poco que no me dejas ver.

El hombre del corte de pelo a tazón se aproximó al Jerarca De Turno y le tendió con ridícula solemnidad un pergamino ajado y sucio.

-¡Que venga el Intérprete!- ordenó el Jerarca De Turno

El Intérprete estudió con detenimiento el manuscrito y no tardó en emitir su dictamen:

-Por lo que puedo entender (ya veis la obsoleta tecnología que gasta esta gente) aquí se dice que toman posesión de estas tierras en nombre del Rey y la Reina, sus señores.
-¡Me parto!
Levantó la mano entonces el Jerarca Anterior, un hombre sensato y prudente, de sólida autoridad moral pero con cierta tendencia a sentar cátedra cuando hablaba en público.

-¡Compañeros y compañeras! Mucha sangre y sufrimiento nos ha costado conseguir el estado de bienestar que ahora gozamos. Siglos de lucha y esfuerzo para que imperen los sagrados valores que conforman las señas de identidad de nuestra cultura, de nuestra civilización: la vuelta a la Naturaleza, la abolición de la propiedad privada y los bienes materiales, la autodeterminación en sistema asambleario, la concordia, el diálogo, el respeto, la cultura, el amor libre...Si ahora dejamos que se instalen entre nosotros estos seres incultos y atrasados, que aún son súbditos de arcaicas monarquías, corremos el peligro de que nuestra civilización sea de nuevo pasto de la codicia, de que nuestros ideales se fagociten en los suyos. Porque, no nos engañemos, esta gente no se integra. Estamos ante una invasión y...

- No exageres, Jerarca Anterior. Tampoco les vamos a dejar que se mueran de hambre- le interrumpió una joven- A nosotros nos sobra, ¿por qué no compartir?

El Jerarca De Turno, hombre práctico donde los hubiera, zanjó la discusión antes de que se eternizara. Contempló a los náufragos. No podía cerrar los ojos ante la evidencia:

-Intérprete, pídeles el visado de entrada al país
-No tienen, Jerarca De Turno
-Pues entonces está claro, debemos deportarlos. Cuando estén repuestos, eso sí, que no somos criminales. Que llenen sus navíos de agua suficiente, y también de patatas y tomates, que cunden mucho. Dadles unos esquejes para que las planten en su tierra. ¡Ah! Y también tabaco, cacao...y un poquito de oro, que gusta mucho a los reyes si no recuerdo mal. Intérprete, pregunta al hombre del corte de pelo a tazón cómo se llama

-Dice que se llama Cristóbal Colón y que nos ha descubierto.
-Pues qué bien
-Y que la tierra es redonda.

Aquella barbaridad provocó la carcajada general de todos; incluso contagió a los hombres blancos. Dicen que de aquella comunión de risas nació una nueva Edad de la Historia, lamentablemente no hay crónica que lo recoja. Al fin y al cabo, la Historia siempre la cuentan los vencedores.



Wednesday, June 11, 2008

SOL DE MEDIANOCHE

Teníamos como propuesta "Cualquier noche puede salir el sol" (Ay, ese Sisa!!)
Aquí os dejo este pequeño homenaje a "Doctor en Alaska":

Sucede una vez al año, coincidiendo con el solsticio de verano. No se trata de que cualquier noche, de repente, pueda salir el sol. En nuestro caso el sol, simplemente, se niega a acostarse. En otras latitudes lo llaman la Luz del Norte; nosotros, con el lenguaje poético que heredamos de los yupik para dirigirnos con reverencia a la Naturaleza, lo conocemos como el Sol de Medianoche.

A veces llegan hasta nosotros viajeros del Sur, atraídos por un fenómeno que han visto en películas o en reportajes. Me gustaría creer que quizá alguno cayó fascinado al leer la descripción minuciosa que aparece en las novelas de London, ojalá fuera cierto; en cualquier caso todos desean ser testigos de algo insólito, casi inverosímil : noche y día fundidos; sol y luna en extraña comunión. Muchos de ellos vivirán la noche del solsticio con la misma energía y entusiasmo con la que saltarían la hoguera de San Juan, y engañados por la luz, jugarán al béisbol sin necesidad de focos contra los visitantes de Anchorage, o bailarán valses vieneses en el Festival, o participarán en el concurso anual de Piernas Peludas, o harán el amor con cualquier ser humano desconocido entre la maleza que rodea el lago Kirnuk. Después volverán a sus tierras cálidas, enseñarán las fotos a sus familias y amigos y les contarán lo difícil que es conciliar el sueño cuando siempre hay un rayo de sol importunándote en los párpados.

Pero si has nacido en esta tierra, o quizá, si esta tierra decidió adoptarte, o si, como es mi caso, te mueves a capricho entre varios mundos, sólo entonces, conoces la auténtica naturaleza del Sol de Medianoche y ni te asombras ni te asustas por ello. Porque esa luz que electriza a los turistas y les impide dormir no es la belicosa y radiante de un día de verano. Es la sutil y delicada que tiñe de azafrán el horizonte en cada crepúsculo. Es la seda malva que cubre los confines en cada nueva aurora. Es la de la hora en la que a veces te despiertas asomado al abismo. Cuando te asalta la certeza de que el tiempo se va consumiendo. Cuando ya sabes que vas a morir.

Los yupik son un pueblo sabio, por eso, cada solsticio de verano, cuando la Luz del Norte se adueña de cada instante del día, realizan arcanos rituales para ayudar a los espíritus de los muertos recientes en su largo y tortuoso camino. Bajo los totems de sus antepasados aprovechan la luminiscencia del sol de medianoche y nos convocan a nosotras, las hadas, para que les acompañemos durante un buen trecho, hasta que por fin pierden el miedo.

Este año he tenido suerte porque me ha correspondido en el sorteo acompañar a un chico bien guapo, lo cual siempre se agradece. Se trata del último novio de Maggie O´Connell, el que murió aplastado por un meteorito enano. Cuando he terminado la misión y nos hemos despedido, he vuelto a las orillas del lago Kirnuk, a incordiar en los párpados de los turistas que se quedan dormidos después de hacer el amor. Sé que no es propio del charme de un hada, pero...no puedo evitarlo.

Aquí Thinkerbell en la mañana, en la RK-Oso desde Cicely, Alaska.

Wednesday, June 04, 2008

PAJARITOS FRITOS

El tema de esta semana era "Pájaro en mano". Allá va:

PAJARITOS FRITOS

En el pueblo eran conocidas como “Las Pajarillas”. Marta y María, hermanas, hijas del tío Pajarillo, llamado así porque se ganaba el jornal cazando pájaros con liga y vendiéndolos después a los bares de la cercana capital.

Marta, María y su madre, la tía Pajarilla, pasaban las tardes de la temporada de pájaros sentadas a la puerta de casa, desplumándolos. La gente que volvía de los huertos, al anochecer, se las quedaba mirando con una mezcla de repulsión y lástima. La misma que Marta sentía por aquellos animalillos yertos, que sabía estrangulados por las manos de su padre y de su hermano, y que después ella misma desnudaría con cuidado, arrancándoles las plumas una a una mientras en la radio se escuchaban los sabios consejos de Doña Elena Francis.

En los bares les pagaban el doble si llevaban los pajaritos desplumados. A veces Marta se atrevía a mirar las bandejas de barro y allí los hallaba, como una pila de cadáveres de judíos que vio en un reportaje sobre campos de concentración nazi que vio en el cine, solo que bien doraditos y espolvoreados de sal gorda. Si algún parroquiano pedía una ración mientras ella esperaba el dinero de la entrega, procuraba no mirar. Nunca vio a nadie comer pajaritos fritos, pero, cuando ya de mayor visitó el Museo del Prado y vio un cuadro oscuro en el que Saturno devoraba a su hijo, se dio cuenta de que se parecía a una de las imágenes que aparecía en su pesadilla, sólo que de la boca del monstruo salían las patitas fritas de un jilguero o de un verderol, chorreando grasa.

Había otra imagen en la misma pesadilla: era ella misma, en el centro de un remolino. Cientos de pájaros desnudos y bien fritos daban vueltas de tornado a su alrededor, piando burlones, como en las algarabías de atardeceres de su infancia. Ella manoteba desesperada, intentando asir alguno entre sus manos, pero ellos, más listos, se ríen. De su necesidad y de su avaricia.

Marta y María crecieron vistiendo la ropa heredada de otras niñas y merendando si había sobrado algo de pan del almuerzo. Ahora, a veces, podían quedarse con las propinas con las que a veces les gratificaban los dueños de los bares. María, siempre contenta, siempre canturreando, corría a comprarse unas horquillas brillantes, o incluso unas medias para el baile. Marta ahorraba ese dinero, como bien le había enseñado su madre. Cuando ambas cumplieron los veintiún años, Marta aceptó la proposición de matrimonio de un médico viudo y no demasiado mayor. Quería dejar de ser la Pajarilla. María conoció a James, un inglés de pelo largo que quería ir a Ibiza y huyó con él.
A partir de entonces, Marta y María se veían muy de tarde en tarde, si alguien de la familia se casaba o moría. Marta ejercía de perfecta ama de casa y siempre tenía el armario repleto de ropa nueva y el interior del frigorífico parecido a un puzzle, con pequeños recipientes conteniendo sobras. No sabía si amaba a su marido, ni si su marido la amaba a ella, pero tampoco le importaba demasiado. Se sentía segura siendo al mujer del médico, aunque sabía que, por detrás, seguía siendo la Pajarilla. Y entonces la pesadilla regresaba y se despertaba sudando sin haber conseguido capturar ningún pajarito frito.
María sorprendía a todos en cada ocasión que volvía al pueblo, siempre acompañada de un hombre distinto, más joven y más hermoso a medida que ella iba envejeciendo y conquistando kilos y plenitud. Marta envidiaba la felicidad de su hermana y no podía comprender los motivos: al fin y al cabo, María no tenía casa propia, ni trabajo fijo, siempre iba viajando de un lado para otro, siempre sola.
Cuando el medico murió, María acudió al lado de su hermana y ambas compartieron el lecho conyugal que el médico había dejado semivacío por primera vez en treinta años. Marta pasó su primera noche de viuda hablando con su hermana, hablando de pájaros, de manos que estrangulaban, de Saturno, de la Señora Francis. Cuando el cansancio la rindió, buscó la tibieza del cuerpo satisfecho de María para abrazarse a él y entonces volvió a soñar: su hermana y Saturno bailaban entre pajaritos fritos y ella reía y reía.

Wednesday, May 28, 2008

La maldita manía de leer


El tema, propuesto por el gran Angeliko, es "Manías que tengan consecuencias". Esto es todo...

- Me llamo Javier Manías y soy lector compulsivo.

(¡Hola Javier!; ¡Bienvenido Javier!; ¡Te escuchamos, Javier!)

Quisiera comenzar mi intervención reconociendo delante de todos que durante años me he reído de estas reuniones. Siempre pensé que contar tus miserias, en voz alta y delante de desconocidos, tenía que ver más con el exhibicionismo que con una necesidad de desahogo. Sin embargo, llevo una semana sentado entre vosotros y me he ido reconociendo en cada una de vuestras historias. Escucharos me ha dado fuerzas; por eso hoy empiezo de nuevo: Me llamo Javier Manías y llevo 24 horas sin leer.

(¡Bravo, Javier!, ¡Ánimo, Javier!, ¡Creemos en ti, Javier!)

Me vais a permitir, por ser esta mi primera intervención ante vosotros, que no me remonte a mi infancia, por otro lado tan similar a la vuestra: una madre que me ignoró, siempre con la nariz sepultada en noveluchas rosas, con títulos tales como “Sueños de luna llena”o aún peores; un padre cabal que murió demasiado pronto, aplastado por un baúl que se desprendió del gancho de una mudanza y que contenía, entre otras cosas, la Espasa en edición completa más los apéndices actualizados y, sobre todo, muchas horas acompañado, solamente, por los personajes de cualquier libro, o de cualquier revista, o de cualquier periódico que encontrara. Daba igual.

Confieso que me he chocado contra las farolas, enfrascado en la lectura. Recuerdo especialmente la rabia que me produjo que el SAMUR llegara en lo mejor de “Crimen y castigo, justo en el momento en que Rodión estaba a punto de descargar el hachazo en la cabeza de la anciana usurera; también la ocasión en que perdí el trabajo por escapar de los Orcos en las Minas de Moria. Debía haberme bajado del tren en Humanes y, cuando quise darme cuenta estaba en Calatayud. Algo normal, vamos.

(¡No es tan normal, Javier!, ¡Ya te vale, Javier!, ¡Un poco p´allá sí que estás, Javier!)

Pero hay algo aún peor. Hay algo que la maldita manía de leer ha arruinado por completo; algo que me ha devastado, que me ha aniquilado, que ha conseguido que me sienta una babosa pero que también ha conseguido traerme hasta aquí. Se trata de mi vida sexual.

(¡Cuéntanos, Javier!; ¡Dale, Javier!; ¡Esto se pone interesante, Javier!)

Veréis: soy incapaz de conciliar el sueño si antes no leo. Es más: en mi caso, la cama se hizo, fundamentalmente, para leer. Y eso las mujeres no terminan de entenderlo. No tiene que ver con ellas, yo las amo como si realmente estuviera enamorado de ellas, las gozo, intento hacerlas gozar, disfruto del momento del después, de la calidez del abrazo, de las pieles cansadas y húmedas, pero...pasados unos segundos de plenitud, cuando a otros la biología les ordena dormir, me vence el arrebato, me levanto y me pongo a leer.
Ninguna de mis parejas ha llegado a comprender que mi pulsión tenía poco o nada que ver con ellas. La que más he querido me abandonó en París, en el primer y único fin de semana que pasamos juntos, cuando, al no tener ninguna página que llevarme a los ojos, me levanté del lecho y me leí, entera, la caja del dentífrico, presa del pánico. Otra de ellas me echó de su lado y de su vida cuando aproveché que se había ido a prepararse al cuarto de baño para continuar con “El nombre de la Rosa”, y es que Guillermo de Baskerville había encontrado el tercer monje asesinado. Le sentó fatal porque era muy sensible y se había comprado un picardías rojo. No era para tanto

(¡Sí que era para tanto, Javier!; ¡Hay que ser gilipollas, Javier!, ¡Manda huevos, Javier!)

Por eso, compañeros, me hallo aquí, entre vosotros, como uno más: el más desgraciado, el más infeliz. Sé que entre vosotros tengo un hueco, por eso agradezco vuestro apoyo y vuestra comprensión. A partir de este momento, cada día me levantaré, me miraré en el espejo y diré:
Me llamo Javier Manías, soy lector compulsivo y ayer tampoco leí. A ver si de esta forma consigo comerme un rosco.


Thursday, May 22, 2008

PARLA´S BLUES



El tema del Tintero de esta semana era "El blues".

Esta historia está perpetrada en cinco minutos, los que faltaban para cerrar la edición, así que no esperéis mucho.


PARLA´S BLUES
Charlie acarició la guitarra antes de guardarla con mimo en su funda.
Aquella noche la guitarra se le había entregado como jamás lo habría hecho una mujer que le amase. Había conseguido arrancar de ella lamentos y quejidos, desde lo más hondo de sus entrañas, le había suplicado, había reído con la alegría de cien cascabeles, había llorado hasta la extenuación. Su guitarra. El único ser que jamás le había decepcionado.
El local, poco a poco, se había quedado vacío. La pareja había sido la última en salir; antes de ellos el borracho más borracho, aquel que siempre aplaudía.
Se despidió del barman con un leve toque en su sombrero y se colocó su sempiterna gabardina negra. Gabardina, sombrero y guitarra. Y la soledad.
Charlie cerró la puerta del club tras él. Fuera, la pareja intercambiaba confidencias, evitando el adiós. Sintió su mirada curiosa sobre la espalda mientras la luz de la farola teñía de luz amarilla una madrugada que lloraba suavemente sobre sus pasos.

- -¡Pero...¿qué hace ese capullo en medio de los aspersores?-
- -Pues el memo, como siempre. ¿No ves que es el Juancar, el de la droguería?
- - Anda que si su pobre padre levantara la cabeza y le viera con esa gabardina y ese gorro en pleno mes de julio...
- -Ya te digo, que me recuerda entero al cura del exorcista, pero con guitarra.
- ¿Y desde cuando le ha dado al tío por tocar la guitarra?
- Pues desde que se ha cansado de ir de poeta maldito, que acuérdate de cómo nos ponía el barrio, perdidito de sonetos.
- Calla, por Dios, no me lo recuerdes. ¿Y cuándo le dio por ser artista conceptual y hacer aquellas cosas de hierro?
- Por lo menos ahora ha insonorizado la droguería y ya ves, para echarnos un café y un cigarro por la noche a nosotros nos viene genial.
- ¿Pero este tío sabe tocar la guitarra?
- ¡Qué va a saber! Dice su pobre madre que como lo que hace es improvisar, pues que ni falta que le hace.
- Qué va a decir la mujer
- Lo de ser hijo único es lo que tiene.
- ¿Y dices que se hace llamar Charlie?
- Sí.
- Madre mía, cómo se le ha ido la pinza al colega.
- A ver cuánto le dura la aventura del blues.
- Pues nada, porque además, en Parla somos más de tecnorumba.
- Ala, Mari, vamos al tajo, a ver si nos limpiamos la plaza antes de que abran el cercanías.

Los chalecos de los barrenderos reflejaron la luz de las farolas de la Plaza de la Constitución. Bajo una de ellas, Charlie, su soledad, su sombrero, su gabardina negra y su guitarra, empapados por los aspersores, componían una estampa delirantemente grotesca, entre el absurdo y el catarro.




Friday, May 16, 2008

LA ÚLTIMA FUNCIÓN




Por aquel entonces, yo devoraba novelas de Enid Blyton. A todas horas. No había demasiada diversión en el pueblo, aunque fuera verano y hubieran anunciado que el circo, como cada septiembre, estaba a punto de llegar a la ciudad.
En las novelas de Enid Blyton siempre había un grupo de chicos en bicicleta que salían de acampada durante días y días y se hartaban de pasteles de carne y cerveza de jengibre, sin que sus padres les pusieran ningún inconveniente. Sin embargo mi padre, el maestro de aquel pueblo, me tenía prohibido acercarme a la única pandilla de chavales de mi edad. La pandilla de Ángel Lozano, Barrabás.
Mi padre no acostumbraba a dar explicaciones. Él, simplemente, dictaba sentencia. En el caso de Barrabás se había dignado a añadir: “Abre bien los ojos y puede que lo comprendas”. Yo, que les seguía en secreto con ese irresistible imán que ejerce lo prohibido, era testigo clandestino de sus fechorías que no dejaban de asemejarse, desde mis abiertos ojos, a las que en mi colegio cometían algunos de los internos: fumar y beber, incordiar a los pequeños y a las niñas. Además de humillar al tío Wences, robar fruta o nadar en las albercas.
Por eso, cuando inesperadamente una tarde Barrabás se me acercó y me pidió una cerilla, no dudé ni un segundo en incorporarme a su séquito en calidad de discípulo incondicional. A poder ser sin que mi padre lo supiera. Abandoné a Enid Blyton en la mesilla sin ninguna consideración y me dediqué en cuerpo y alma a ser el que más lejos meaba o el que más fuerte eructaba. En realidad no me sentía especialmente orgulloso de tales fanfarronerías. Simplemente, ya no me encontraba solo.
El Gran Circo Romaní ya se había instalado en las Eras, y, en mi familia acudir juntos a ver la función significaba comenzar con los preparativos para el nuevo curso, las compras y las visitas de despedida. ¡El circo! Hasta entonces había esperado la tarde de circo incluso con mayor ilusión que la noche de Reyes. Palmeaba con el ritmo del gran desfile triunfal, temblaba de miedo con los leones del domador, sentía el vértigo en el estómago con las evoluciones de los trapecistas, admiraba el afán de superación de las hermanas Kessler, que, a pesar de ser ciegas, bailaban sobre grandes balones. Admiraba a la hermosísima Déborah y sus perritos pero las mejores carcajadas las guardaba para los Cuatro Enanos Payasos y la Giganta, aquella mole casi inhumana que recibía un tartazo tras otro mientras nos desternillábamos de risa.
Podría parecer fatuo de mi parte, por eso jamás me he atrevido a contarlo, ni siquiera a mi psiquiatra: Yo sé precisar exactamente el día en que dejé de ser un niño, en que se me desveló la realidad sin trampas ni artificios. Fue en la última sesión de aquel Gran Circo Romaní.
De repente, vi aquella gran carpa brillante con su ridículo tamaño, su suciedad y sus remiendos. El gran desfile de artistas era una mísera procesión de vejestorios, maquillados hasta el ridículo, de ajadas y recosidas ropas. Tan viejos o más que los desdentados leones. Las hermanas Kessler no eran ciegas, sino griegas; los trapecistas se caían a propósito, sin ninguna gracia. La hermosísima Déborah tenía las medias rotas y una tremenda expresión de cansancio y la crueldad con la que los enanos payasos trataban a la Giganta, una pobre mujer idiotizada, me causó una repugnancia extrema.
Salí corriendo sin pedir permiso a mi padre, sin poder contener las náuseas. Barrabás fumaba, apoyado en un carromato. Me vio y sonrió:
- Aquí al circo se viene a otras cosas, pijo. Si tienes huevos, te espero esta noche, a las once. Tráete 500 pelas y tabaco.

Aún me duraba el asco cuando acudí a la cita. El circo parecía dormir mientras Barrabás y yo cruzábamos entre la basura hasta el último carromato. Quizá fuera Déborah la Hermosa quien recogió el billete de 500, en cualquier caso, compré el permiso para subir a una banqueta y mirar al interior.
Bajo una luz mortecina, en lo que podía ser un catre inmundo, los Cuatro Enanos Payasos y sus enormes falos follaban con el amasijo de carne deforme que era la desnudez de la pobre Giganta.
En un sillón, babeante, mi padre miraba.
Barrabás también miraba. Me miraba a mi. Nunca he vuelto a ver tanta maldad en una mirada. “Abre los ojos” me había dicho mi padre. Ahora podía entenderlo.
Necesité muchos fracasos para comprender y perdonar a mi padre. Pero jamás, jamás, he podido volver a pisar un circo. Ya hace tiempo que dejé de creer en los Reyes y en los payasos.

Sunday, May 11, 2008

DEBIÓ LLAMARSE ANA


Es Juan Gelman, premio Cervantes.
El tema del Tintero era "Si que nadie se enterara". Hemos quedado las terceras.
Os dejo con el relato, si es que queda alguien leyendo.
DEBIÓ LLAMARSE ANA
La niña apareció en un cestito, a la puerta de la casa donde vivía el matrimonio Touriño Vivián.
- Que no se entere nadie- advirtió el policía a su mujer.

Y ella prefirió no preguntar. Tomaron aquel cestillo y a la mañana siguiente buscaron otro lugar para criar a la niña, su hija, sin tener que buscar respuestas a la curiosidad de los vecinos.
Macarena Touriño creció con el amor del deseado, arropada y protegida por sus padres, ajena al enigma de su nacimiento y a los interrogantes que se asomaban a los ojos de su madre muy de vez en cuando, cuando se aproximaba una fecha, la de su cumpleaños, que sólo dos personas sabían que era un acuerdo artificial.
Macarena, en realidad, debió llamarse Ana. Así lo habían decidido sus padres, Marcelo y María Claudia, tras muchas consultas a la familia, muchas listas hechas con las risas de los amigos y toda la ilusión del mundo. Eran muy, muy jóvenes. Quizá, cuando los hombres armados entraron y se los llevaron, estaban planeando el primer viaje que harían con Ana, o imaginando cómo sería su carita, o qué rasgos de unos y otros portaría en sus genes.
Los hombres armados querían al Poeta. Pero allí no estaba. Por eso se llevaron a su hijo Marcelo, a su hija Nora y a su nuera María Claudia, con la pequeña Ana en el vientre.
Nadie vio nada. Nadie escuchó nada. Nadie se dio por enterado.
Nora fue devuelta tras recibir todo tipo de torturas. Se convirtió en un guiñapo humano, jamás consiguió superar las secuelas que el tormento le dejó en el cuerpo y en el alma.
El cadáver de Marcelo apareció poco después, dentro de un bidón, en el Rio de a Plata, con un tiro en la nuca. Tenía 20 años.
Hoy, Macarena sabe que, en el útero de María Claudia, cruzó la frontera entre Argentina y Uruguay. Mantuvieron a su madre viva en el Servicio Internacional de Defensa hasta que dio a luz en el Hospital Militar de Montevideo y después la asesinaron. Su muerte fue una simple cuestión de codicia: sin que los mandos quisieran enterarse, los esbirros y los verdugos mercadeaban con los bebés nonatos de las prisioneras. Los mismos mandos, civiles y militares, que nunca quisieron enteraron de que en su país también hubo desaparecidos. Tampoco existió la “Operación Cóndor”, ni los vuelos secretos sobre el Océano, ni las fosas comunes.
Hubo muchas personas de bien que nunca se enteraron. De nada.
La madre adoptiva de Macarena sí quiso saberlo todo, cuando tras veintitrés años de búsqueda, su abuela Berta y su abuelo, el poeta Juan Gelman, consiguieron encontrar a su nieta. Tomó la mano de su hija y ambas escucharon la verdad sobre el origen de la niña que apareció en un cestito.
Macarena Gelman, la joven que debió llamarse Ana, ha solicitado la reapertura el caso del asesinato de su madre. Para ello luchará contra una ley, la de Caducidad, que intenta perpetuar el olvido y la impunidad de los crímenes de aquella guerra sucia.
Quizá desee llevar flores a su tumba o llorar su ausencia sin que nadie se entere.











Tuesday, April 15, 2008

La maldita

Pues sí: Thinkerbell y su cuento para Sara ganaron el Tintero.


No es mucho mérito porque esta semana (para mi en general, todas) el concurso era lo de menos. No veáis qué cuentos taaaaaan preciosos. Es decir, votó muy poca gente, sólo dos, con lo que me ahorré un dineral en sobornos.


Lo chulo, además de los cuentos, fue la sobremesa, el debate que se abre. Hubo un contertulio que consideró mi cuento poco apropiado para niños, ya que inducía al escapismo. No veáis la que se lió.


Y, porque yo lo valgo y la Thinker más...el tema de esta semana es LA CABRA. Ahí os dejo lo que hemos perpetrado.


Marcos...no sé cambiar la hora, miniño. A ver si me enseñas :_)


LA MALDITA


Desde el momento de nacer, dejé claro que no era como los demás.
Maté a mi madre. Cierto que fue una contingencia ajena a mi voluntad, pero, tal como lo veo ahora, cuando mi destino está a punto de cumplirse, la muerte de mi madre durante el parto, el hecho que fuera la única criatura viva de aquella extraña camada de fetos deformes y que abriera los ojos a la vida en el mismo instante en que mi madre los cerraba para siempre, marcó mi existencia. Los demás no me perdonaron y fui la Maldita.
Con ese nombre se me conoce, la Maldita. Siempre aislada, siempre sola; sobreviviendo, pese a todo: las demás madres me negaron una gota de leche de sus ubres, me temían y alejaban a sus criaturas de mi compañía, como si estuviera apestada. Pero la avaricia del macho humano acudió en mi ayuda; la tragedia de mi madre y mis hermanos le había causado suficiente pérdida. No podría permitirse otra muerte, por lo que ordenó a la hembra humana que me amamantara con los sobrantes de las demás.
Crecí fuerte, hermosa, libre. Ajena a la rutina cotidiana de los demás, a su simpleza, a sus cotilleos de grupo cerrado, a sus necesidades y hábitos que únicamente giraban en torno a tres ejes: alimentarse, triscar y aparearse.
Yo no. Yo soñaba. Yo necesitaba mis sueños, mucho más que los brotes de las encinas, mucho más que el agua del arroyo.
Soñaba con seres que me hablaban. Seres enormes, seres poderosos como la tormenta, seres de la luz y del trueno. Seres que me protegían y mamaban de mis senos vírgenes. Seres que me confiaban los mejores lugares para el ramoneo, seres que me protegieron cuando aquel macho pretendió violarme.
Pero esta noche el sueño ha sido distinto: yo acompañaba a un cachorro humano recién parido. No era un cachorro humano como los demás. Era a la vez desvalido, antiguo y sabio. Tocaba una extraña tonada con un caramillo. Esa cantinela, lo acabo de comprobar, me ha enseñado el lenguaje de los árboles, de las aves y el más tosco, el de los humanos. Los árboles y las aves me lo han confirmado: soy la elegida y, en unas horas, se cumplirá el Ritual. No sé qué significa, pero intuyo algo grande, algo hermoso, en el que yo dejaré de ser la Maldita.

Llegaron a la caída de la tarde. Una manada de humanos oscuros, vociferantes y malolientes. Apenas se tenían en pie, caminaban empujándose, a trompicones, bebiendo continuamente de una ubre seca un líquido que les alocaba. Uno de ellos me ha señalado con el dedo y ha sacudido entre berridos el lugar entre las patas en el que los machos humanos tienen la verga.
He sentido pánico. El Macho humano ha asentido y han rodeado mi frágil cuello con una soga. Se me han llevado con ellos, entre cánticos que poco o nada tienen que ver con la dulce melodía del caramillo de mis sueños. De vez en cuando me hacen beber ese líquido pegajoso que mana de la ubre seca y que tiene un sabor dulce. El líquido embota mis sentidos y caigo una y otra vez, entre risotadas. Apenas siento las patadas. Tampoco las humillaciones. Sobre todo lamento no poder disfrutar de un anhelo que esperé: salir del aprisco, del monte donde pastamos y conocer el lugar donde residen los Humanos, piedras sobre piedras que a veces veo cuando subo, sola, hasta la roca más alta.
Hay cientos de humanos reunidos. Todos me miran. Todos me alaban. De todas las bocas salen dos palabras: ¡La cabra!. Siento que se aproxima el momento para el que fui engendrada y una fuerza que nace del centro de mis entrañas despeja mi mente y me reviste de toda la dignidad de mi especie. Ni una humillación más.

Subo por un oscuro túnel hacia la luz de la luna, que me guía e ilumina. Tras de mi, los pasos y los gritos. Desde lo más alto los veo a todos, expectantes. Hay un silencio como el que antecede al amanecer. Llegan por detrás y unas manos me alzan hacia el cielo. Ahora entiendo el Ritual. Es mi sacrificio. Lo acepto y mi balido de triunfo rasga la noche.

La cabra fue arrojada, como manda la tradición, desde lo alto del campanario.

Cuando su cuerpo comenzó la caída, justo en ese preciso momento, se abrieron los cielos y la cabra, lentamente, ascendió hacia la bóveda celeste mientras una música de miles de caramillos y un aroma a heno recién cortado impregnaba la noche.

Desde entonces celebramos la Ascensión de La Cabra a Los Cielos, con el alma llena de fervor y veneración, pero nunca hemos sido capaces de que el milagro se vuelva a repetir. Seguro que a alguno le falta fe.









Sunday, April 06, 2008

Cuento para Sara

Vaya...he perdido el nombre de la ilustradora (creo que era una mujer) cuya creación inaugura este post. En cuanto pueda corregiré el despiste.

He estado de vacaciones, feliz como perdiz...y alejada y fuera de cobertura de todo lo que no fuera relax y disfrute.

A la vuelta, Maldoror, que ganó el Tintero nos ha propuesto escribir un cuento para su sobrina Sara, que acaba de cumplir un añito. La peña ha escrito preciosidades; Thinkerbell esto:



Érase una vez una niña chiquitita, pelirrubia, culigordi y pecosuela que vivía con su madre y con su padre en un pueblo que a veces era grande y a veces pequeño. La niña – chiquitita, pelirrubia, culigordi y pecosuela- se llamaba Sarita Sara.

Sarita Sara a veces se ponía un poco triste porque en aquel pueblo que a veces era grande y a veces pequeño, no vivían otros niños con quienes jugar,
Así que un día, sin que su mamá lo supiera, se fue hacia un bosque, que unas veces era cercano y otras lejano, para buscar amigos y con ellos jugar a la zapatilla por detrás tris tras.

Cuando llegó al bosque se encontró con una mariposa chiquitita, arcoiris, alifina y ligeruela y le dijo:

-Mariposa, mariposina,
¿quieres jugar conmigo?

-¿Y a qué quieres jugar?

-A la zapatilla por detrás,
da tres vueltas y la encontrarás.

-No puedo, no
pues mis alas se romperán.

Así que Sarita Sara tomó con mucho cuidado a la mariposa -chiquitina, arcoiris, alifina y ligeruela- y la colocó en su pelo... y las dos siguieron su camino, que unas veces era largo y otras era corto.

Al poco rato se encontraron con una mariquita chiquitita, rojinegra, paticorta y redonduela y le preguntaron

-Mariquita, quita quita
¿quieres jugar con nosotras?

-¿Y a qué queréis jugar?

- A la zapatilla por detrás
da tres vueltas y la encontrarás.

-No puedo no,
pues mis patitas se romperán.

Así que Sarita Sara tomó con mucho cuidado a la mariquita -chiquitita, rojinegra, paticorta y redonduela- y la colocó en su pelo... y las tres siguieron su camino, que una veces era largo y otras corto.

Al poco rato se encontraron con una oruga chiquitita, anillosa, muchapata y blandizuela.

-Oruguita, oruga
¿quieres jugar con nosotras?

-¿Y a qué queréis jugar?

-A la zapatilla por detrás
da tres vueltas y la encontrarás.

-No puedo, no
pues mis anillitos se romperán.

Y Sarita Sara tomó con mucho cuidado a la oruguita –chiquitita, anillosa, muchapata y blandizuela –y la colocó en su pelo... y las cuatro siguieron su camino, que unas veces era largo y otras corto.

Y camina, caminando y juega, jugando y canta, cantando ninguna se dio cuenta de que la noche se iba echando encima y, de repente, Sarita Sara se asustó mucho porque parecía que los árboles querían agarrarla con unas manos grandes de uñas largas que les habían salido; y también sentía mucho frío y un agujero grande en la tripa cuando se acordaba de la leche caliente que le daba su mamá antes de que se acostara.

Así que la pobre Sarita Sara se puso a llorar.

-Sarita Sara, Sarita Sara
¿Por qué de tus ojos sale agua? –le preguntaron sus amigas

-Porque quiero volver a casa
y no sé por dónde se pasa.

-Nosotras te vamos ayudar,
si vuelves otro día a jugar.

Sarita Sara dijo que sí y entonces la oruguita se volvió de luz y alumbró el bosque y los árboles volvían a tener ramas en lugar de garras. Y como se podía ver, la mariposa y la mariquita iban y venían volando para indicar el camino correcto, aquel que era a veces largo y a veces corto, y Sarita Sara, muy contenta, salió del bosque y regresó a su pueblo, que a veces era grande y a veces pequeño.
Y en su casa, su mamá y su papá la estaban esperando con ganas de abrazarla... y un tazón de leche calentito para antes de dormir.

Y colorín colorado, el cuento de Sarita Sara se ha acabado

(Y colorín colorete, por la chimenea se escapó un cohete)


Sunday, March 16, 2008

EL ÁNGEL VENCIDO

El sábado leí que un anciano alemán, ex piloto de guerra en las costas de Francia, había confesado que él fue el piloto que abatió a St Exupéry.
Bien. Abatiría el avión, pero todos los que amamos al principito sabemos que el aviador se fue al asteroide, ya que había olvidado dibujar una correa de cuero en el bozal el cordero. ¿Y si el cordero se escapaba una noche, silenciosamente, y se comía a la flor?. Allá se fue St Exupéry, a corregir su olvido.
Ninguna persona mayor puede entenderlo, pero el universo no volvería a ser el mismo si el cordero se come la flor del principito.
Thinkerbell ha querido demostrar lo que todo el mundo sabe:

EL ÁNGEL VENCIDO

“No puedo llevar mi cuerpo. Es demasiado pesado”.

Salió del hangar, encendió un pitillo y se sentó a contemplar el cielo de verano. Desde aquella noche en el desierto, el aviador sólo hallaba sosiego contemplando las estrellas, aquellos pozos de roldanas enmohecidas que daban de beber a su único amigo. Recordó su obsesión del principio por encontrar el asteroide B 612, escudriñando el firmamento con los catalejos más potentes, interrogando a sabios y a charlatanes. Pensó que estaba volviéndose loco. Cuando se rindió, pudo aprender a escuchar la eterna armonía de los astros en su fluir continuo. Como en un río.
Él oía reír a las estrellas, como cascabeles. No estaba loco.

“No puedo llevar mi cuerpo. Es demasiado pesado”.
Los aliados avanzaban hacia la Provenza y el Alto Mando necesitaba fotografías de las defensas alemanas en la zona. El aviador se presentó voluntario para la misión, aún con la certeza de que jamás podría completaría. Era un piloto experto, uno de los mejores de aquella guerra que, lejos de heroica, le parecía, simplemente, una enfermedad. Llevaba en su cuerpo viejas cicatrices, heridas de otras guerras, de otras enfermedades igual de letales, igual de cruentas.
Aquella era la mejor mañana para volar.
El aviador, a los mandos de su Lightming P-38, sintió un nudo en su estómago mientras el aparato se elevaba en el aire. Un nudo hecho de remordimientos. Pensó en Consuelo, su frágil flor, y se sintió responsable del extremo dolor con que la marcaría: “Parecerá que me he muerto y no será verdad”. Soltó de su muñeca un brazalete de plata con su nombre grabado y lo colgó de una de las palancas. Alguien lo encontraría y se lo devolvería a Consuelo. Imaginó por un momento a un humilde pescador, atónito, desenredándolo con cuidado de sus redes repletas de pescaditos brillantes, y el nudo le pareció más liviano de soportar.

“No puedo llevar mi cuerpo. Es demasiado pesado”.
El caza alemán apareció desde abajo y se situó detrás de él. El aviador sintió lástima por Horst Rippert, el joven piloto que iba a derribarle y que llevaría sobre sí el oprobio de haber abatido a uno de los escritores que más admiraba.
Así era la guerra. Paradójica y despiadada hasta con los jóvenes héroes de la Luftwaffe.
El momento se acercaba.
El aviador quiso empaparse de la luz del sol y del azul del cielo de julio, retenerlos en su retina para siempre, antes de que llegara la oscuridad.
Comprobó que la libreta y el lápiz se hallaban en el bolsillo de su chaqueta. Tendría gracia decidirse a emprender tan largo viaje para dibujar una correa de cuero y llegar con las manos vacías. Sólo esperaba que no fuera demasiado tarde, que cada noche hubiera recordado encerrar la flor bajo el globo de vidrio y que el cordero no hubiera escapado silenciosamente para comérsela. Todo se arreglaría cuando él llegara. Con una buena correa de cuero el cordero se mantendría alejado de la flor. Entonces el firmamento podría dormir tranquilo.
Todo estaba preparado. Todo empezaba a estar bien.

Un relámpago amarillo rasgó el ala del P-38. El mismo relámpago que se clavó en el tobillo del principito la noche en que se fue para siempre.
El avión fue descendiendo lentamente hacia el mar, sin explosiones, sin quejidos, como un ángel vencido.
La caída dibujó una enorme sonrisa en el cielo azul de julio.
http://www.20minutos.es/noticia/360567/0/piloto/derribar/principito/

Thursday, March 06, 2008

LA COLECCIÓN

He estado ocupada, liada, estresada, malita...
Por eso no he escrito en El Tintero hasta esta semana.
El tema era "Encuentros y despedidas", y Thinkerbell se ha sacado esto de la pluma de ave Fénix:

LA COLECCIÓN
Cuando compruebo las fechas en los cuadernos, no puedo por menos que admirarme de lo rápido que han pasado estos años. El tiempo me engaña, se ríe de mí: anteayer mismo tenía ocho años y debía guardar la siesta, en silencio, sin moverme, mientras las horas se volvían eternas entre el sopor y las moscas; ayer comencé a trabajar en la oficina, inmóvil, callada, invisible, y así he querido permanecer hasta hoy. Mañana me jubilo y podré dedicar todo el tiempo a mi colección.
Comenzó un día por casualidad, como empiezan todas las cosas importantes de la vida. Corría buscando un lugar para refugiarme de uno de esos chaparrones traicioneros de mayo, con goterones que dolían al caer. Nunca me había permitido el lujo de entrar en la pastelería de la plaza para merendar. Siempre Madre esperando mi llegada, mirando el reloj, mirándome a mi después. Pero aquella tarde de mayo ella no me aguardaba en casa. Sólo hacía un mes que había muerto y pensé que un café caliente me quitaría el frío y una trufa bien grande la amargura.
Subí al piso de arriba, un salón coqueto con grandes ventanales que daban a la plaza. Desde aquella atalaya veía a la gente, guarecida de la lluvia bajo los soportales, esperando un sol que, de repente, volvió a reinar, enorme.
Quizá fue la sensación de bienestar que el dulce, el café y el sol me proporcionaron. Quizá fue el sentimiento de libertad recién estrenada, no recuerdo demasiado bien. Pero vi que en la plaza comenzaba algo similar a una danza: la gente salía al sol, como caracoles, se quedaban quietos bajo mi vista, en la puerta de la pastelería, miraban el reloj. Esperaban. Llegaba alguien y se saludaban, entrecruzaban sus manos, se besaban, se abrazaban...y parecía que cada uno de aquellos signos era mío y que cada uno de aquellos encuentros me iba calentando el alma.
A partir de ese día, colecciono encuentros. Me siento en un banco de la estación y miro. Me pongo frente a la estatua de la santita y miro. Me voy al aeropuerto y miro. Me apoyo en una columna del pórtico del museo y miro.
Luego corro rauda a casa y comienza el ceremonial: en la cama tumbada, con la luz apagada y los ojos cerrados. Recordando. Elijo y me pongo nombre. Por ejemplo, ayer me pedí ser la señora del abrigo azul que bajó del vuelo de Barcelona. Me llamo Julia y estoy deseando ver a mi hija Marta y a mi nieto Leo. Regreso de una consulta médica, en la mejor clínica oftalmológica del país, buscando una segunda opinión sobre mi glaucoma. Salgo por la puerta 2 y allí los veo. A los dos. Leo me reconoce y sonríe. Abrazo a mi hija y a mi nieto, los aprieto contra mi y siento el olor a colonia fresca de mi niño adorado. Soy feliz.
Es un encuentro típico de cuaderno azul, porque hay niños. Los de cuaderno rojo son de amor y desamor. Cuando era más joven los prefería, aunque a veces sentía tanto dolor que permanecía triste durante toda la semana. Recuerdo cuando volví a ver a Joaquín, después de dos años del adiós. Lloré durante toda la noche. Y me gustó. He contado veinte cuadernos rojos porque he amado mucho en esta vida, intensamente, con sus luces y sus sombras. El amor siempre es lo más importante, puedo asegurarlo.
Los negros son cuadernos que dan miedo. Una vez me encontré, a la vuelta de la esquina, con los chicos más matones de mi clase. Me pegaron y me quitaron el dinero del bocadillo. Me quedé tirada en la calle, esperando que alguien se compadeciera de una niña cojita y me recogiera del suelo. Fue atroz.
Tengo más, muchos más. Miles de encuentros perfectamente ordenados por fechas y colores.
Y muchos más que seguiré atesorando ahora que, por fin, seré dueña de mis mañanas, mis tardes y mis noches. Añadiré encuentros a mi colección, sí, quizá varios cada día.
Me dedicaré a vivir muchas vidas, todas las que desee.
Mientras me quede tiempo

Thursday, February 14, 2008

PICARDÍAS


Mi vesina la Fefa ganó con un relato de novela negra muy, muy currado.
Y no se le ocurre otra cosa que proponer de tema "Camisón".
Para que no me llaméis triste o vampírica, esta semana me he puesto levemente frívola...
allá va:
PICARDÍAS

Frente al escaparate de la lencería, Raquel no pudo por menos de acordarse de uno de los Consejos para la Vida legados por su abuela Carmen:
“Y guárdate un camisón sin estrenar, hija mía, por si te tienen que ingresar en un hospital”.
No era aquella una tarde para pensar en hospitales. Febrero se había disfrazado con un sol primaveral, algo acatarrado, que, aun sin calentar el cuerpo, conseguía que el final del invierno se presintiera. Un engaño, porque aún quedaban heladas para asesinar los insensatos brotes del seto. También la escapada romántica a la que Antonio la había invitado podía ser un espejismo. Como el sol de aquella tarde de febrero.
Pero, aún así, Raquel se hallaba frente a un escaparate de lencería, sintiéndose entre ridícula o cobarde. Si se dejaba llevar por su fantasía y resultaba que Antonio carecía del toque gamberro que ella le había intuido, volvería a hundirse en el fango de la ignominia y perdería la poca dignidad que le quedaba. Si, por el contrario, no se atrevía, se iría convirtiendo en una respetable señorita de mediana edad, y se vería obligada a ataviarse con un collar de perlas majórica y un traje de chaqueta. Terrorífico.
Por eso quizá había llegado el momento de cumplir con un viejo sueño: emular a aquellas divinas actrices de la época del destape y sorprender a su recién estrenado amante con un numerito inolvidable que marcaría un antes y un después en su relación. El escenario, la habitación del hotel de París donde pasarían el fin de semana. Antonio en la cama, esperando con ansiedad que ella salga del baño. Se abre la puerta e, iluminada por suave luz, aparece ella, sensual y voluptuosa, esparciendo feromonas a su alrededor ( y ahí viene la parte más fashion del programa de festejos), vestida para la ocasión con un picardías transparente rojo con encaje negro, o con un transparente picardías negro con encaje rojo. Y liguero a juego, por supuesto.
Era una apuesta demasiado arriesgada. Al fin y al cabo, apenas hacía un mes que se habían conocido y todo parecía tan fluido y fácil entre ellos que Raquel aún permanecía sumida en cierto estado de estupor. Porque la aparición de Antonio en aquel momento preciso de su vida parecía el resultado de que los dioses, reunidos en asamblea, y con una conjunción astral favorable, hubieran decidido hacer un acto de justicia poética y compensarla por todos los escarnios con los que, en materia de amores, fue obsequiada en el pasado. Vestirse de Nadiuska en su primer viaje romántico quizá fuera algo excesivo, por mucho que a ambos les gustase compartir travesuras.
Pero también habían sido demasiados años de pijamas de franela y de camisetas viejas de algodón y demasiados años con un camisón de novicia guardado en el cajón por si un día tenía que ingresar en un hospital. Un hombre que te gusta tanto como para que te embadurnes la cara con serum alisador con efecto lifting y partículas de caviar en tu primera cita, es una oportunidad única en la vida, y Antonio se merecía que ella le enseñara su esencia de payasa en la Ciudad del Amor.
Y, como desde hacía un mes había recobrado la fe en los dioses y el sol de febrero le estaba dando la razón, entraría en aquella tienda y se compraría el picardías más hortera que encontrara.
Total, para lo que le iba a durar puesto...

Wednesday, February 06, 2008

LA MÁSCARA BLANCA

Thinkerbell ganó el Tintero con ese viaje a La Habana...ains: cómo se nota cuando las palabras salen del corazón (poniéndolo todo perdido).

Ya que estábamos en Carnaval, nada mejor que proponer como tema de escritura un "Baile de máscaras". Aquí podréis leer el relato de la Thinker...con un malo muy, muy especial :-P

LA MÁSCARA BLANCA

Sobre la mesa, máscaras. Máscaras serenas, grotescas, solemnes, exóticas, hermosas. Máscaras para el último viernes de carnaval. Máscaras para salir de caza.
La manos frías y transparentes de Antonio Rocco della Valera, deán del distrito de San Marcos, acarician cada una de aquellas caretas. Es una ceremonia que se repite cada año, desde que hubo una primera vez en la que se sintió con poder suficiente para hacer realidad aquellas fantasías inconfesables. Su fiel Beppo, el único que conoce su secreto, las rescata de un oculto nicho y las expone con mimo sobre la mesa del gabinete privado a las doce de la noche del último viernes de Carnaval, para que él las palpe con los ojos cerrados, rememorando con deleite sensaciones vividas de placer extremo, recreándose en los recuerdos de susurros y de gritos ahogados, reviviendo un latido que se extingue entre sus dedos. Hace falta toda su férrea voluntad para abortar la erección. Todavía es pronto, más adelante.

Lucrecia Batista gira sobre sí misma, arrebolada, borracha de gozo. Es la primera vez que su padre le ha permitido asistir al baile della Cavalchina, en la Fenice; y Lucrecia, sus dorados cabellos cubiertos por la mantilla, sus glaucos ojos tras el antifaz, y un vestido que estrena de audaz color magenta, danza y danza entre bailarines anónimos cuyos verdaderos rostros y verdaderas identidades han sido suplantadas por máscaras serenas, grotescas, solemnes, exóticas o hermosas. Mañana, después del desfile de góndolas, cada uno volverá a sus grandezas o a sus miserias, pero ahora ricos y pobres danzan y el uno es el otro y el mañana no existe en esta última noche de Carnaval.
Lucrecia Batista gira sobre sí misma hasta que la danza, la opresión del corpiño y la vorágine de colores a su alrededor están a punto de desvanecerla. Una mano enfundada en un guante de suavísima piel blanca ciñe su breve cintura para evitar la caída y Lucrecia atisba, entre la bruma que precede al desmayo, una maschera nobili, blanca, neutra, sin facciones. Una máscara que no propone, solo oculta. Después, todo se torna negro.

Le despierta el frío y un intenso aroma a incienso a su alrededor. Sobre sus ojos, la máscara blanca y unas manos casi transparentes que surgen de una capa negra de seda, que arrancan su corpiño, que manosean con lascivia sus albos senos, que impregnan su piel con el sudor gélido de la lujuria desatada. Ella adivina lo que va a ocurrir y llora suavemente, implorando clemencia. Encima de ella, la máscara blanca se agita cada vez más convulsa mientras las manos viscosas de reptil se ciernen alrededor de su cuello y lo aprietan al ritmo de los embistes, cada vez más fuerte, cada vez más hondo, hasta el espasmo final. Después, de nuevo la calma, una oración susurrada a toda prisa y el silencio.
- Arroja el cuerpo al Canal y vete a casa- le dice a Beppo. Y el hombre de la máscara blanca y la capa negra de seda, vuelve la espalda y se va.

Beppo Batista enciende el candil y se dirige, cansado, hacia el fondo del callejón. La tenue luz ilumina el vestido magenta que su hija estrenaba y un terrible alarido de animal herido brota de sus entrañas y se confunde con la traca de fuegos artificiales que ponen fin al Carnaval.

El desfile de góndolas enfila el Gran Canal. Las luces de las antorchas encendidas apenas consiguen hacerse ver entre la espesa niebla con la que la laguna se venga por tantos días de excesos. Empieza Cuaresma y el ambiente fantasmagórico se alía con ella y contribuye al deber de recogimiento y penitencia. Hay un pesar en los corazones de las comparsas que, resacosas, lloran por el Carnaval que ha concluido.
La primera góndola va a pasar bajo el Puente de Rialto, pero se detiene de improviso cuando un clamor unánime sale de las gargantas de los pasajeros. Las antorchas, con su escasa luz de fuego fatuo, han iluminado un cuerpo desnudo que, ahorcado, se bambolea como un ridículo muñeco.
Es el cadáver de Antonio Rocco della Valera, deán del distrito de San Marcos. Apoyadas sobre el puente, en extraña exposición, trece máscaras y trece nombres de mujer.

Thursday, January 31, 2008

RABO DE NUBE



La semana pasada ganó el Tintero Ritman (blues), uno de mis escritores preferidos. El tema que ha propuesto para esta es "Vientos del Caribe", lo cual me ha ofrecido una oprtunidad largamente soñada: Volver a Cuba.
Es lo que tiene la imaginación de los pobres: a falta de pecunio, cerramos los ojos y...¡a volar!

Os dejo el relato que la Thinkerbell ha escrito esta vez. Los escenarios y alguno personajes son reales. Ojalá la vida me permita volver a estar con Galia Chang. Y con Olga Marta...



RABO DE NUBE




Mientras espera la llegada del camello, Galia Chang mata el tiempo contemplando cómo una luz marengo se empieza a adueñar del horizonte. A esas horas del atardecer, el Caribe se viste con un camisón de plata para echarse a dormir, pero hoy, muy a lo lejos, hay una columna gris. Va a cambiar el viento.

- No tengas pena, m´hijita –dice la voz del señor Alejo- No es un rabo de nube, ya tú ves, sólo que se nos viene encima un Gusanero

Cuando la radio avisa de que se avecina un gusanero, los habaneros se apresuran a colgar de azoteas y balcones los artilugios más inverosímiles para que ejerzan de antenas, en dirección a Florida. El paisaje urbano se llena de palos de escoba que sujetan perchas, esqueletos de paraguas enhiestos de cables o tremendas cazuelas oxidadas de cuyo centro parten mástiles. Tecnología de supervivencia para robar una noticia subversiva o el final de la telenovela de moda. Todo vale para que el gusanero, el viento que viene de Miami, consiga entrar en casa.

Galia Chang y el señor Alejo suelen encontrarse en el camello que sale a las 7 de la calle 23 de Vedado y que dos horas más tarde llega a Alamar, donde ambos viven. De compartir trayecto se conocen y, de vez en cuando, si el cansancio de Galia Chang lo permite, conversan. El señor Alejo es un viejito ,prieto alto y muy delgado, casi quijotesco, que gusta de ganarse la vida de manisero. Pasea su mercancía buscando turistas europeas a las que embelesa con su figura de postal típica y sus halagos. Vive agregado a una hermana ciega cerca de Galia Chang, en un cuartucho húmedo y sin ventilación que no hace más que agravarle el asma que padece. Puede que hoy Galia Chang comparta con él parte de los antihistamínicos que Esther le ha mandado desde Madrid con unos amigos. El paquete es enorme y Galia Chang sonríe pensando si además de los medicamentos, se habrá acordado del conjunto de lencería rojo que le prometió. Pero llega el camello, como un dragón metálico y renqueante, y ambos se introducen en sus tripas para iniciar el regreso a casa.
Hoy queda un hueco cerca de la ventanilla para ver cómo el muro del Malecón, como en cada puesta de sol, se va llenando de grupos de jóvenes y música. Es una estampa diaria que a Galia Chang no le llama la atención. Esta vez no puede apartar los ojos de la columna gris, que le atenaza el ánimo.

- Tremendo nubarrón, m´hija. Voy a contarte una historia de cuando era un finito en casa de mi abuela, allá en Pinar del Rio, pa ver si te quito esa cara de ajalolá que tienes hoy. Ocurrió que se nos venía encima un ciclón, no recuerdo el nombre, pero era del tiempo en que todos llevaban nombre de mujer, vaya a verse el sentido. La casa de la abuela Inés era, por entonces la única de ladrillo cocido, con un buen tejado de hormigón que el abuelo y mi padre le habían colocado para que durara su tiempo. Cuando el primer tornado apareció y el rabo de nube se llevó los bohíos de los alrededores, los vecinos corrieron a refugiarse a la casa de la abuela Inés, en la que ya estábamos todos nosotros, con lo largas que entonces eran la familia. Yo, con la inconsciencia de la niñez, jugaba a carreras por las habitaciones junto con mis hermanos, primos y vecinillos: ya tú ves: un ciclón dentro y otro fuera. Para nosotros era una fiesta especial. No dejaban de tocar puerta y de venir. El viento soplaba com si quisiera arrancarnos, y los truenos retumbaban en nuestros oídos. A cada uno de ellos la abuela Inés relataba.
- - Santa Bárbara bendita, acompáñanos; San Isidro labrador, acompáñanos; Santa Virgen de Regla, acompáñanos- Y yo, que miraba pa´alrededor y solo veía cabezas le solté:
- - ¡Quite ya, viejita, que ya no hay casa pa tanta gente!
El interior del camello estalló en una carcajada a la que siguió un apretado aplauso.
Galia Chang, entonces, decidió que aquella misma noche, así se la llevara el gusanero, bajaría al cuartucho del Señor Alejo y, además de los antihistamínicos, compartiría con él un vasico de ron. Por el buen rato.


Wednesday, January 23, 2008

EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL SIDA



El Capitán Alatriste, que ganó el Tintero anterior, ha querido rendir homenaje a la famosa novela de García Márquez, tan de moda gracias a la película. Hace muchos años que leí el libro, me acuerdo que estaba convaleciente de una operación. De él recuerdo, especialmente, la escena en que la protagonista, una chiquilla criolla, visita el mercado acompañada de su ama. La historia de amor en cuanto tal...no demasiado.


He querido actualizar el tema propuesto. La escritura del relato me ha costado especialmente por micercanía a lo que relato. No ha sido mal ejercicio...



EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL SIDA

En sus manos, aquellas fotos. Desde que escuchó las palabras del médico pronunciando la absolución, Flor deseaba, más que cualquier otra cosa, llegar a su alcoba, rescatarlas de su escondrijo y atreverse a mirarlas.

Fermín y ella tenían dieciséis años cuando se besaron por primera vez, después de largos meses presintiéndose por los pasillos del Instituto. Aquella mañana comenzaban las vacaciones de Navidad. Se escaparon de la mano, entre una barahúnda insolente de muchachos que corrían por las calles del casco viejo, ebrios de vida y de vino barato. Fermín y ella, que entran en un fotomatón para inmortalizar su primer día juntos: cuatro fotos desteñidas en las que dos adolescentes se descubren, se miran, se ríen, se abrazan. Para siempre.
Bajo el pedestal de la estatua de un desconocido a caballo, alguien del grupo les pasó el canuto y ellos aceptaron. Aquella fue también su primera vez.
Eternamente inocentes.

Recuerda el concierto, no así quién oficiaba aquella desenfrenada liturgia de excesos. Daba lo mismo. Cualquier excusa era buena para continuar la juerga, para empalmar los días con las noches siguiendo un único rumbo: el que señalaba el descenso en picado hacia la ruina. Por aquellas fechas comenzaron los trapicheos, los tirones de bolsos a las indefensas abuelas, las entradas y salidas a comisarías, la desesperación de su madre. ¡Qué importaba! Fermín y ella siempre juntos, durmiendo dónde podían, cada día más flacos. Le amaba tanto que hubiera dado todo por él. Incluso su dosis diaria.
No consigue recordar bien los detalles de aquella foto. Fermín la envuelve entre sus brazos; quizá estuvieran sujetándose el uno al otro para no caer al suelo. A su lado Elena y Toño y, por detrás, Jaime Gonzaga. De los cinco, sólo ella sobrevive.
Eternamente jóvenes.

Le comunicaron el embarazo al mismo tiempo que la infección por V.I.H. Si la primera noticia la dejó perpleja y confusa, esperaba la segunda sin engañarse. Alguna vez Fermín y ella habían conversado sobre aquella pandemia de la que sólo se sabía que mataba. Y aceptaban su destino, cómo no, siempre que les alcanzara juntos. Incluso alguna vez habían fantaseado con emular a Romeo y Julieta e hincarse la muerte en vena antes que dejarse vencer por aquellas vergonzantes pústulas.
Un instinto antiguo, sin embargo, iba creciendo en su interior al mismo tiempo que aquella pequeña vida que, tozuda, resistía. Y por esa fuerza que emanaba de sus entrañas aceptó la ayuda de su madre, que les pagaba el alquiler, les llenaba el frigorífico y les acompañaba al médico.
Sin embargo no fue capaz de contagiar a Fermín con ese germen de esperanza. Fermín se iba. De casa, de su lado y de su vida. Ella, a veces, le seguía; por protegerle, por estar a su lado. O porque eran muchos años buscándose la vida. Pero bastaba con sentir el movimiento de su hijo, una marea en su vientre, para que recobrara las ganas de salir adelante.
Tomaron la foto el día que, por fin, se pudieron llevar a la pequeña Sara a casa. Y la imagen es una premonición : ella sonríe con su niñita en brazos. Fermín, cerca, aparece difuminado, consumido, ajeno.
Eternamente unidos.

Acababan de confirmar que la niña había neutralizado completamente los restos de VIH heredados de su madre y que, definitivamente, estaba sana. Flor apenas había empezado a desprenderse de la angustia de aquellos meses de incertidumbre cuando, una mañana, encontró a Fermín agonizando. Se tomó aquellos instantes que les quedaban para volver a mirar sus ojos adolescentes como en aquella foto, para envolverlo entre sus brazos como él hizo con ella en aquel concierto, para verter en su oído las palabras más hermosas. Cuando se fue, sintió que una paz desconocida le sembraba el corazón de sal.

Hoy el médico le ha dicho que su sangre no revela signos de la enfermedad, aunque ésta haya marcado su rostro con una máscara inconfundible.
Sara tarda en volver del Instituto y Flor se estremece de miedo, con las fotos entre sus manos.
Eternamente