Wednesday, January 23, 2008

EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL SIDA



El Capitán Alatriste, que ganó el Tintero anterior, ha querido rendir homenaje a la famosa novela de García Márquez, tan de moda gracias a la película. Hace muchos años que leí el libro, me acuerdo que estaba convaleciente de una operación. De él recuerdo, especialmente, la escena en que la protagonista, una chiquilla criolla, visita el mercado acompañada de su ama. La historia de amor en cuanto tal...no demasiado.


He querido actualizar el tema propuesto. La escritura del relato me ha costado especialmente por micercanía a lo que relato. No ha sido mal ejercicio...



EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL SIDA

En sus manos, aquellas fotos. Desde que escuchó las palabras del médico pronunciando la absolución, Flor deseaba, más que cualquier otra cosa, llegar a su alcoba, rescatarlas de su escondrijo y atreverse a mirarlas.

Fermín y ella tenían dieciséis años cuando se besaron por primera vez, después de largos meses presintiéndose por los pasillos del Instituto. Aquella mañana comenzaban las vacaciones de Navidad. Se escaparon de la mano, entre una barahúnda insolente de muchachos que corrían por las calles del casco viejo, ebrios de vida y de vino barato. Fermín y ella, que entran en un fotomatón para inmortalizar su primer día juntos: cuatro fotos desteñidas en las que dos adolescentes se descubren, se miran, se ríen, se abrazan. Para siempre.
Bajo el pedestal de la estatua de un desconocido a caballo, alguien del grupo les pasó el canuto y ellos aceptaron. Aquella fue también su primera vez.
Eternamente inocentes.

Recuerda el concierto, no así quién oficiaba aquella desenfrenada liturgia de excesos. Daba lo mismo. Cualquier excusa era buena para continuar la juerga, para empalmar los días con las noches siguiendo un único rumbo: el que señalaba el descenso en picado hacia la ruina. Por aquellas fechas comenzaron los trapicheos, los tirones de bolsos a las indefensas abuelas, las entradas y salidas a comisarías, la desesperación de su madre. ¡Qué importaba! Fermín y ella siempre juntos, durmiendo dónde podían, cada día más flacos. Le amaba tanto que hubiera dado todo por él. Incluso su dosis diaria.
No consigue recordar bien los detalles de aquella foto. Fermín la envuelve entre sus brazos; quizá estuvieran sujetándose el uno al otro para no caer al suelo. A su lado Elena y Toño y, por detrás, Jaime Gonzaga. De los cinco, sólo ella sobrevive.
Eternamente jóvenes.

Le comunicaron el embarazo al mismo tiempo que la infección por V.I.H. Si la primera noticia la dejó perpleja y confusa, esperaba la segunda sin engañarse. Alguna vez Fermín y ella habían conversado sobre aquella pandemia de la que sólo se sabía que mataba. Y aceptaban su destino, cómo no, siempre que les alcanzara juntos. Incluso alguna vez habían fantaseado con emular a Romeo y Julieta e hincarse la muerte en vena antes que dejarse vencer por aquellas vergonzantes pústulas.
Un instinto antiguo, sin embargo, iba creciendo en su interior al mismo tiempo que aquella pequeña vida que, tozuda, resistía. Y por esa fuerza que emanaba de sus entrañas aceptó la ayuda de su madre, que les pagaba el alquiler, les llenaba el frigorífico y les acompañaba al médico.
Sin embargo no fue capaz de contagiar a Fermín con ese germen de esperanza. Fermín se iba. De casa, de su lado y de su vida. Ella, a veces, le seguía; por protegerle, por estar a su lado. O porque eran muchos años buscándose la vida. Pero bastaba con sentir el movimiento de su hijo, una marea en su vientre, para que recobrara las ganas de salir adelante.
Tomaron la foto el día que, por fin, se pudieron llevar a la pequeña Sara a casa. Y la imagen es una premonición : ella sonríe con su niñita en brazos. Fermín, cerca, aparece difuminado, consumido, ajeno.
Eternamente unidos.

Acababan de confirmar que la niña había neutralizado completamente los restos de VIH heredados de su madre y que, definitivamente, estaba sana. Flor apenas había empezado a desprenderse de la angustia de aquellos meses de incertidumbre cuando, una mañana, encontró a Fermín agonizando. Se tomó aquellos instantes que les quedaban para volver a mirar sus ojos adolescentes como en aquella foto, para envolverlo entre sus brazos como él hizo con ella en aquel concierto, para verter en su oído las palabras más hermosas. Cuando se fue, sintió que una paz desconocida le sembraba el corazón de sal.

Hoy el médico le ha dicho que su sangre no revela signos de la enfermedad, aunque ésta haya marcado su rostro con una máscara inconfundible.
Sara tarda en volver del Instituto y Flor se estremece de miedo, con las fotos entre sus manos.
Eternamente

3 comments:

Anonymous said...

Está bien darle a la historia un final esperanzador. Bastante desesperanzadora es la vida misma, jamía. Besos.

averia said...

Prima, jamia, qué alegría verte y que me leas, que ya me estaba descorazonando.
Es una historia real, primi. Ella nunca volvió a tener pareja, pero vivieron la niña y ella.
Ya te contaré
Besos pa ti y pal maño. Y pa la Zoe.
Sos echo de menos

Anonymous said...

Muhé, pos vente pa Barna, que aquí estamos los tres a tu disposición. Te paseamos, te llevamos de compras, te enseñamos Camprodón... en fin, lo que tú quieras!!!