Wednesday, June 04, 2008

PAJARITOS FRITOS

El tema de esta semana era "Pájaro en mano". Allá va:

PAJARITOS FRITOS

En el pueblo eran conocidas como “Las Pajarillas”. Marta y María, hermanas, hijas del tío Pajarillo, llamado así porque se ganaba el jornal cazando pájaros con liga y vendiéndolos después a los bares de la cercana capital.

Marta, María y su madre, la tía Pajarilla, pasaban las tardes de la temporada de pájaros sentadas a la puerta de casa, desplumándolos. La gente que volvía de los huertos, al anochecer, se las quedaba mirando con una mezcla de repulsión y lástima. La misma que Marta sentía por aquellos animalillos yertos, que sabía estrangulados por las manos de su padre y de su hermano, y que después ella misma desnudaría con cuidado, arrancándoles las plumas una a una mientras en la radio se escuchaban los sabios consejos de Doña Elena Francis.

En los bares les pagaban el doble si llevaban los pajaritos desplumados. A veces Marta se atrevía a mirar las bandejas de barro y allí los hallaba, como una pila de cadáveres de judíos que vio en un reportaje sobre campos de concentración nazi que vio en el cine, solo que bien doraditos y espolvoreados de sal gorda. Si algún parroquiano pedía una ración mientras ella esperaba el dinero de la entrega, procuraba no mirar. Nunca vio a nadie comer pajaritos fritos, pero, cuando ya de mayor visitó el Museo del Prado y vio un cuadro oscuro en el que Saturno devoraba a su hijo, se dio cuenta de que se parecía a una de las imágenes que aparecía en su pesadilla, sólo que de la boca del monstruo salían las patitas fritas de un jilguero o de un verderol, chorreando grasa.

Había otra imagen en la misma pesadilla: era ella misma, en el centro de un remolino. Cientos de pájaros desnudos y bien fritos daban vueltas de tornado a su alrededor, piando burlones, como en las algarabías de atardeceres de su infancia. Ella manoteba desesperada, intentando asir alguno entre sus manos, pero ellos, más listos, se ríen. De su necesidad y de su avaricia.

Marta y María crecieron vistiendo la ropa heredada de otras niñas y merendando si había sobrado algo de pan del almuerzo. Ahora, a veces, podían quedarse con las propinas con las que a veces les gratificaban los dueños de los bares. María, siempre contenta, siempre canturreando, corría a comprarse unas horquillas brillantes, o incluso unas medias para el baile. Marta ahorraba ese dinero, como bien le había enseñado su madre. Cuando ambas cumplieron los veintiún años, Marta aceptó la proposición de matrimonio de un médico viudo y no demasiado mayor. Quería dejar de ser la Pajarilla. María conoció a James, un inglés de pelo largo que quería ir a Ibiza y huyó con él.
A partir de entonces, Marta y María se veían muy de tarde en tarde, si alguien de la familia se casaba o moría. Marta ejercía de perfecta ama de casa y siempre tenía el armario repleto de ropa nueva y el interior del frigorífico parecido a un puzzle, con pequeños recipientes conteniendo sobras. No sabía si amaba a su marido, ni si su marido la amaba a ella, pero tampoco le importaba demasiado. Se sentía segura siendo al mujer del médico, aunque sabía que, por detrás, seguía siendo la Pajarilla. Y entonces la pesadilla regresaba y se despertaba sudando sin haber conseguido capturar ningún pajarito frito.
María sorprendía a todos en cada ocasión que volvía al pueblo, siempre acompañada de un hombre distinto, más joven y más hermoso a medida que ella iba envejeciendo y conquistando kilos y plenitud. Marta envidiaba la felicidad de su hermana y no podía comprender los motivos: al fin y al cabo, María no tenía casa propia, ni trabajo fijo, siempre iba viajando de un lado para otro, siempre sola.
Cuando el medico murió, María acudió al lado de su hermana y ambas compartieron el lecho conyugal que el médico había dejado semivacío por primera vez en treinta años. Marta pasó su primera noche de viuda hablando con su hermana, hablando de pájaros, de manos que estrangulaban, de Saturno, de la Señora Francis. Cuando el cansancio la rindió, buscó la tibieza del cuerpo satisfecho de María para abrazarse a él y entonces volvió a soñar: su hermana y Saturno bailaban entre pajaritos fritos y ella reía y reía.

3 comments:

Anonymous said...

Esta historia es de las que más me han gustado, prima. Te superas día a día!!!! Mancantao. Te doy el premio ya.

averia said...

Gracias, mija!
Oye, mandadme un mail que leáis que man mandao un correo con un diccionario maño-español pa la Expo que mi he meao.
Besos a ambos dos (y a la Zoe)

Anonymous said...

replansky@hotmail.com