Wednesday, July 02, 2008

BASTET Y SHEKMET


El cuento sobre Ghost ganó el Tintero. Esta vez ha levantado ampollas, pero...haber pedido muette.

Por petición propuse el tema de "Gatos". Escribí bastante sobre ellos en los tiempos en que compartí mi vida con el Zaca, así que, como no me motivaba demasiado, me fui al antiguo Egipto y a sus míticos dioses. Una inventada.

BASTET Y SHEKMET
La nodriza termina de anudar el pelo de Ahmose, la Favorita, mientras las doce comadronas ungen con aceite su vientre hinchado antes de la siguiente contracción.
Los trabajos del parto habían comenzado al amanecer, apenas visible la barca de Ra sobre las aguas del Nilo. Thutmose, el heredero del Faraón, desoyendo una vez más las voces que le exigían prudencia, había partido unas horas antes de cacería, a pesar de que el desenlace parecía inminente. A pesar de que, como en anteriores ocasiones, malos augurios se cernían amenazantes sobre la parturienta y su hijo.
El Pabellón del Nacimiento, en el recinto de Karnak, estaba listo. La Reina Madre había supervisado personalmente cada detalle del ritual con dos lunas de anticipación por si, como solía ocurrirle a Ahmose, su útero no conseguía retener al heredero hasta el final del tiempo de gestación. Esta vez no hubo que improvisar y, cuando la procesión de comadronas y sacerdotisas atravesó la puerta y la princesa se colocó en cuclillas sobre los cuatro ladrillos mágicos, todo estaba en su lugar: el antiguo peshekef de sílex que cortaría el cordón umbilical, los pebeteros exhalando aromáticos sahumerios, los amuletos protectores e incluso –no lo permita Isis- la vasija de barro mortuoria por si el recién nacido no conseguía sobrevivir.
Ahmose acompaña con un largo alarido el relámpago sostenido de dolor que desgarra un poco más su vientre. Las comadronas comienzan a recitar el “Cipo de Horus”, la fórmula mágica que marca el término de la fase de dilatación. La Reina Madre besa el amuleto y lo coloca alrededor del cuello de su nuera y sobrina, mientras el terror se asoma en la mirada de la Comadrona Mayor. Como en un mal sueño que se repite, algo ha comenzado a salir mal.
La Reina Madre acalla los salmos en honor a Neftis, la Excelente, y pide a todas que inicien los misterios de Bastet, la diosa-gata, protectora del parto y la maternidad:
Oh tú, diosa mía,
La de los vasos de ungüentos
mi ka está a tu lado,
Señora del Este
he ascendido al cielo como una garza...
Ba de Isis...

En sus aposentos, Mutnefert, la segunda esposa de Tuthmose, cubre su incipiente embarazo con la túnica de lino rojo de Sekhmet, la diosa- leona, la otra cara de Bastet. Sekhmet la feroz, la vengativa, la destructora. Bajo su advocación ha conseguido malograr los tres primeros partos de su rival Ahmose. Y ahora que, al fin, su vientre seco acoge el milagro de una vida, sólo necesita tiempo. Para que su hijo nazca sano y varón. Para que la dinastía continúe en ella. Para adueñarse del tálamo real. Para ser la reina y señora de las Tierras de Egipto.

Ahmose yace exhausta, con los muslos ensangrentados. Apenas un tenue hilo, a punto de quebrarse, sujeta su alma a la vida. Bastet, la diosa-gata, invisible presencia en la habitación, observa impertérrita la lucha del nonato por salir al mundo sin la ayuda de una madre que se ha rendido. Bastet, la diosa-gata, protectora, cálida y maternal, cierra sus oídos a las oraciones de las mujeres que la olvidan a menudo, que sólo ansían belleza y poder, que sólo la recuerdan si la necesitan.
Sekhmet, la diosa-leona, invisible y presente en la habitación, está a punto de arrebatar el ka de la madre y del hijo. Bastet y Sekhmet, las diosas-felinas, balanza entre el bien y el mal de la naturaleza mortal, se miran a los ojos y se reconocen Una.
La nodriza susurra arcanos sortilegios al oído de la moribunda. La Reina Madre, majestuosa, sigue dirigiendo los cánticos de las comadronas sin que el desánimo consiga restarle fuerzas:

“He besado el cielo como un halcón.
Oh, Bastet está ahí para guardarte...
He alcanzado el cielo como una langosta que oculta el sol...
Oh, Ba de Isis...

Y la diosa-gata se conmueve. Esa niña -¡oh, sí, es una mujer!- merece nacer, crecer y reinar. Esa niña está destinada a devolver la paz y la prosperidad a las sagradas Tierras del Nilo, aunque el precio a pagar sea tan alto que la destruya. Bastet, la diosa-gata, la dulzura, la alegría, el placer y la femineidad, hace sonar su sistro y Sekhmet se funde en ella.
Con las últimas fuerzas que le restan, la Favorita empuja y una niña casi azul asoma su cabeza con el cordón umbilical enredado al cuello.

Todos los gatos negros del templo de Karnak entran sigilosos y solemnes y rodean la cuna en la que Hatshepsut, la primera mujer faraón, por fin consigue romper a llorar.

1 comment:

Arsinoe said...

hermoso el relato, y sobre todo verdadero