Thursday, November 17, 2005

Historia de los tomates viajeros. Episodio final.


Lo que quedaba de semejante road movie nos lo relató aquel sábado por la tarde, en la cocina de casa, mientras preparaba una señora ensalada con los tomates viajeros.
Un camión le recogió en la Paramera y le llevó hasta El Tiemblo. No recuerdo muy bien si el susodicho camión transportaba cerdos o si sonaba por Camela, el caso es que tanto Elem como los tomates llegaron bastante perjudicados a la estación de autobuses. Hacia la una de la tarde se subió a un autobús que les soltó en S. Martín de Valdeiglesias, donde tenía que enlazar con el coche de línea de La Adrada, a las tres. S. Martín no le gustó, pero allí tuvo ocasión de contemplar un espectáculo único en su cutrez: la boda más España profunda que se haya perpetrado jamás. No entró en detalles, pero en ese momento tuve un pálpito: ¿Se habría casado la Loli, una alumna mía de cuando daba clase en S. Martín lumpen cual ella sóla, que me pegó piojos por dos ocasiones?.
El caso es que, a las 15, 40 horas, Elem se nos apareció en can.ne (poca) mortal en La Adrada, cuando ya le creíamos poniéndose ciego de pulpo en Santiago.
Y nos costó su aventura mientras hacía cachitos ese kilillo tomates ecológicos y maduros, con esa cachaza y seriedad de la que hacía gala, mientras Bru, Ale y yo, nos partíamos el bull de la risa.
Así es él. Único especimen de una antigua raza de marcianos. Es lo que tiene la rubia y, aún así, la queremos.
FIN DE LA TRILOGÍA

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