El tema de esta semana era "La barra".
Yo me he ido a la "bada amedicana", como decía mi ex vecina La Madi.
Allá va:
Antes de abrir la puerta del Afrodita´s, Angelines hacía acopio de todo el aire fresco que cabía en sus pulmones; después, le echaba valor y entraba.
Llevaba años limpiando ese antro de mala muerte, pero aún no había podido acostumbrarse a ese hedor denso que parecía incrustado en las paredes y el skai, y que rezumaba hasta su ropa y su pelo para quedarse allí y delatarla. Ese hedor...
Angelines se cambiaba en el cuartucho. El mismo cuartucho donde se imaginaba que harían algo similar las mujeres que trabajaban allí por la noche, a las que jamás había visto. De ellas sólo había un rastro de perchas colgadas con unos nombres. Hacía tiempo que los Ana, Charo y Pepi de toda la vida se habían convertido en Ivanka, Yeni, o Suzanne. A Angelines le hubiera gustado conocer a aquellas chicas y sus historias, pero el Afrodita´s por la noche no era lugar para una mujer decente como ella. Y como tampoco estaba muy segura de que lo fuera de día, Angelines había preferido ocultar la fuente de sus ingresos a la gente de bien que la rodeaba. Aquella era una ciudad pequeña y mojigata, y ella siempre había temido ser el centro de chismes y habladurías.
Aquella mañana el local le pareció aún más cochambroso y triste. Colillas rancias por doquier se arracimaban por cualquier resquicio, ceniceros incluidos. Algún alma caritativa había tenido un detalle para con ella y los vasos sucios se amontonaban en la pila. Angelines se sonrió y le mandó un silencioso mensaje de agradecimiento a Yeni, o a Ivanka...mujeres, al fin y al cabo. Quizá ellas también tendrían que ponerse a recoger la porquería de otros cuando llegaran a casa, agotadas de sonreír durante toda la noche.
Angelines se metió detras de la barra. Siempre empezaba por ahí y después iba agrandando en espiral su danza de lejía y detergente hasta completar el garito entero. Nunca había salido de allí con la satisfacción del deber cumplido, todo lo contrario que en la Caja, pensaba, mientras pasaba la bayeta por el mostrador. Pero en el Afrodita´s todo era rancio y apestaba a decrepitud. No podía hacer más.
De repente la vio. En un rincón, al lado de un taburete caído. Una alianza. De boda. Angelines miró la inscripción, pero sus ojos cansados apenas leían unas letras y unos números desvaídos por el paso de los años. La alianza de boda de algún cliente que tendría que buscarse una buena excusa para explicar la pérdida. Cualquier cuento antes que admitir que se le había caído en una barra americana. Se acordó de su difunto Anselmo, que además de gangoso había sido un poco golfo, y se lo imaginó muy enfadado gritándola que nunca había pisado, en toda su vida una bada amedicana. A saber...esa alianza era del marido de otra, otro cincuentón rijoso, pero vivo.
Estaba confusa. Muy confusa. Durante el último mes no había dejado de encontrarse las cosas más variopintas delante o detrás de aquella barra: una estampita de la Virgen del Cubillo, un llavero bastante vistoso, una rosa fresca...la estampita y la rosa se las había llevado a casa, no así el llavero, que lo había dejado en la recepción del hotel adosado al Afrodita´s, el picadero clandestino e indispensable de aquella ciudad de hipócritas.
Haría lo mismo con la alianza, cuando terminara de trabajar. Y se puso a la tarea sin pensar más allá de la lista de la compra, del recibo de teléfono que la esperaba en la Caja o del viernes, cuando su hija volviera de Salamanca.
Al terminar se pasó un momento por el hotel y le entregó al Señor Manolo la alianza, sin darle muchas explicaciones. Tenía ganas de un café caliente que le quitara el frío y de llegar a casa. Estuvo por decirle al Sr. Manolo que le acompañara al bar de la esquina, pero se contuvo, no fuera a pensarse el buen hombre que era una fresca. Y se fue.
Manolo la vio alejarse, pulcra y digna, y acarició la alianza para adueñarse del rastro de las manos de ella. Era su alianza de bodas. Fue un iluso al pensar que ella, tan honrada, no haría lo posible para devolverla a su dueño. Mañana dejaría otra prenda, algo humilde pero revelador.
Quizá, algún día, se atrevería a hablarla.
Son...muchas horas de barra las que una tiene encima.
Llevaba años limpiando ese antro de mala muerte, pero aún no había podido acostumbrarse a ese hedor denso que parecía incrustado en las paredes y el skai, y que rezumaba hasta su ropa y su pelo para quedarse allí y delatarla. Ese hedor...
Angelines se cambiaba en el cuartucho. El mismo cuartucho donde se imaginaba que harían algo similar las mujeres que trabajaban allí por la noche, a las que jamás había visto. De ellas sólo había un rastro de perchas colgadas con unos nombres. Hacía tiempo que los Ana, Charo y Pepi de toda la vida se habían convertido en Ivanka, Yeni, o Suzanne. A Angelines le hubiera gustado conocer a aquellas chicas y sus historias, pero el Afrodita´s por la noche no era lugar para una mujer decente como ella. Y como tampoco estaba muy segura de que lo fuera de día, Angelines había preferido ocultar la fuente de sus ingresos a la gente de bien que la rodeaba. Aquella era una ciudad pequeña y mojigata, y ella siempre había temido ser el centro de chismes y habladurías.
Aquella mañana el local le pareció aún más cochambroso y triste. Colillas rancias por doquier se arracimaban por cualquier resquicio, ceniceros incluidos. Algún alma caritativa había tenido un detalle para con ella y los vasos sucios se amontonaban en la pila. Angelines se sonrió y le mandó un silencioso mensaje de agradecimiento a Yeni, o a Ivanka...mujeres, al fin y al cabo. Quizá ellas también tendrían que ponerse a recoger la porquería de otros cuando llegaran a casa, agotadas de sonreír durante toda la noche.
Angelines se metió detras de la barra. Siempre empezaba por ahí y después iba agrandando en espiral su danza de lejía y detergente hasta completar el garito entero. Nunca había salido de allí con la satisfacción del deber cumplido, todo lo contrario que en la Caja, pensaba, mientras pasaba la bayeta por el mostrador. Pero en el Afrodita´s todo era rancio y apestaba a decrepitud. No podía hacer más.
De repente la vio. En un rincón, al lado de un taburete caído. Una alianza. De boda. Angelines miró la inscripción, pero sus ojos cansados apenas leían unas letras y unos números desvaídos por el paso de los años. La alianza de boda de algún cliente que tendría que buscarse una buena excusa para explicar la pérdida. Cualquier cuento antes que admitir que se le había caído en una barra americana. Se acordó de su difunto Anselmo, que además de gangoso había sido un poco golfo, y se lo imaginó muy enfadado gritándola que nunca había pisado, en toda su vida una bada amedicana. A saber...esa alianza era del marido de otra, otro cincuentón rijoso, pero vivo.
Estaba confusa. Muy confusa. Durante el último mes no había dejado de encontrarse las cosas más variopintas delante o detrás de aquella barra: una estampita de la Virgen del Cubillo, un llavero bastante vistoso, una rosa fresca...la estampita y la rosa se las había llevado a casa, no así el llavero, que lo había dejado en la recepción del hotel adosado al Afrodita´s, el picadero clandestino e indispensable de aquella ciudad de hipócritas.
Haría lo mismo con la alianza, cuando terminara de trabajar. Y se puso a la tarea sin pensar más allá de la lista de la compra, del recibo de teléfono que la esperaba en la Caja o del viernes, cuando su hija volviera de Salamanca.
Al terminar se pasó un momento por el hotel y le entregó al Señor Manolo la alianza, sin darle muchas explicaciones. Tenía ganas de un café caliente que le quitara el frío y de llegar a casa. Estuvo por decirle al Sr. Manolo que le acompañara al bar de la esquina, pero se contuvo, no fuera a pensarse el buen hombre que era una fresca. Y se fue.
Manolo la vio alejarse, pulcra y digna, y acarició la alianza para adueñarse del rastro de las manos de ella. Era su alianza de bodas. Fue un iluso al pensar que ella, tan honrada, no haría lo posible para devolverla a su dueño. Mañana dejaría otra prenda, algo humilde pero revelador.
Quizá, algún día, se atrevería a hablarla.
Son...muchas horas de barra las que una tiene encima.
4 comments:
...quién le mandaba flores en primaveraaa...?
Si es que no se puede ser tan discreto, hay que lanzarse y arriesgar.
Muy bien contado, como siempre.
No te he contado, prima, ya que eres la única que sobrevive, que en el relato del expediente me quedé la tercera. Me acusaron de haber copiado a Lillian Hellmann, la mujer de Dashiell Hammet, que sólo la conocía yo por la película de Julia y por ser una pregunta del trivial.
Con éste de la barra, he sido la segunda. Esta vez me han acusado de laísta por la frase final, que sinemcambio es correcta.
Pobre Thinkerbell, así le tienen la cara...
El de la semana próxima consiste en escribir sin que aparezca la letra a. O bien todas las palabras deben llevar una a...ya veremos lo que se me escurre.
El caso es acusar de algo, jamía. Pero nunca, nunca jamás de los jamases reconocer los méritos ajenos, que podrían ensombrecer los propios (si existieran o existiesen, lo cual probablemente no es el caso)
Pa la próxima, quedas primer, segurísimo.
Que sepas que el consorte también te lee, aunque le cueste más darle a la tecla para opinar al respecto.
me ha gustao, pero hubiera preferido como escenario un putioke de baires... ainsss, jejejeje besos!
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