Tuesday, January 08, 2008

ÚLTIMA CARTA




Antes de nada...¡Feliz 2008, gente!.
Os dejo el relatillo del Tintero de esta semana.
Tema propuesto por Angeliko: "Leer entre líneas".
Estoy con una contractura en el hombro que pa qué...
ÚLTIMA CARTA
Ahí estaba. Escondida entre la maraña de propaganda, traviesa, apareciendo entre las demás como aquellos payasos de muelle que saltan al abrir el regalo en las películas de dibujos animados. ¡Sorpresa!.
No había sorpresa. Llevaba esperando aquella carta desde que la mirada de él le susurró “yo también te amo” por detrás de la mampara de cristal de la Caja. Meses de signos cómplices, semanas de palabras disfrazadas, días de sutiles caricias al intercambiar recibos, noches esperando el alba y la hora de apertura al público del Banco donde él trabaja. Sabía que, en algún momento, él pergeñaría la mejor manera de propiciar un encuentro. Los dos libres del disimulo. Por fin.
Sus piernas, a menudo torpes e hinchadas, subieron las escaleras al ritmo galopante que marcaba su corazón. Necesitaba rasgar aquel sobre, desvelar su contenido, empaparse con sus palabras, rebozarse entera con aquel papel que sus manos habían tocado. Sonrió admirando la brillante estratagema de esconder el mensaje bajo la apariencia insignificante de otra común carta del Banco.
No perdió tiempo en quitarse el abrigo. En el mismo vestíbulo de su diminuto piso arrancó el papel y con la ansiedad percutiendo en sus sienes devoró el texto escrito en cualquier imprenta. No entendió nada. ¿De qué productos financieros hablaba?.
Tomó aire y trató de tranquilizarse. Nada mejor que acogerse a sus rutinas, a su batita de estar en casa, sus zapatillas y su poleo caliente, para recuperar la calma necesaria que le ayudara a desentrañar las claves ocultas del mensaje. Porque estaba claro que su jovencísimo cajero, audaz y prudente, había enmascarado sus palabras para que sólo ella pudiera leerlas. Desconectó el teléfono. Evitar las distracciones, concentrarse, encontrar el hilo para desenredar el misterio.
La despertaron al mismo tiempo una revelación y el relente de la madrugada. ¿Cómo es posible que no se le hubiera ocurrido antes? Había perdido toda la tarde y buena parte de la noche recosiendo palabras a partir de la primera letra de cada línea, o de la tercera a partir de punto, o las que se correspondían con fechas señaladas: su cumpleaños, su jubilación, el día en que abrió la cuenta, la primera vez que él le dijo “Qué guapa estás, Manolita”. Y había encontrado absurdos, paradojas, tonterías. Hasta que en sueños recordó la receta de la tinta invisible. ¡Cómo había sido tan estúpida! Lo había leído cientos de veces en sus novelas de amor. Zumo de limón en lugar de tinta y pasar la plancha caliente para que apareciera, como por arte de magia potagia, el codiciado mensaje. Le imaginó en los baños de la sucursal, escondido de sus compañeros y jefes, impregnando con sumo cuidado el fino pincel, escribiendo con prolija caligrafía entre las líneas de aquella fría misiva que ahora ella se sabía de memoria y dio gracias a todos los dioses por haberle regalado, a las puertas de la vejez, la pasión y el romanticismo de un hombre con tanta ternura como su jovencísimo cajero.
Pero el calor de la plancha sólo le produjo una nueva decepción y esta vez no pudo reprimir un llanto que la desbordó sin desahogarla. Luchaba contra un cansancio antiguo, hecho del cúmulo de muchas derrotas, y no encontraba báculo donde apoyar las pocas fuerzas que le quedaban para seguir buscando. Sólo la sostenía la convicción de que no podía perder la última oportunidad que la vida le deparaba. Por eso esta vez seguiría escudriñando aquel odioso papel hasta dar con la llave que abriría la puerta de su felicidad. Era de justicia.

Cuando los bomberos consiguieron entrar en su domicilio, Manolita seguía llorando, rodeada de un puzzle inconcluso de palabras recortadas de cientos de cartas de su entidad bancaria. La voz de alarma la había dado una teleoperadora argentina, preocupada porque una señora mayor no cesaba de llamar a Atención al Cliente preguntando día y noche por su amado, un jovencísimo cajero cuyo nombre desconocía.


3 comments:

Loiayirga said...

Me ha gustado el cuento. Tiene gracia.

Anonymous said...

Ay, prima, casi suelto la lagrimita.

Es que estas mujeres mayores enamoradas de jovenzanos...

Miguel Ríos said...

Éste sí lo he entendido, y me ha gustado, de hecho hay una cajera en mi BBVA que no hace más que mandarme, pero yo paso.