
Este fin de semana he vuelto a Arenas. Cuando digo Arenas me refiero al encuentro de animadores a la lectura. Un fin de semana de junio, en un bosque, rodeada de amigos, de libros, de poesía y de palabras. Veinte años ha que acudo a la cita. Cuando las circunstancias no me lo han permitido, me ha quedado parecida sensación a cuando no he podido ver el mar: como si me faltara energía. Porque, al loro con la frasecita, esos días y esas noches de junio son alimento para el alma. Por lo menos para la mía. Que farta le hace.
Lo primero es la gente: una vez al año nos juntamos y llevamos más de veinte. Nos hemos conocido, nos hemos reido, hemos compartido conversaciones, numeritos y risas hasta el alba, nos hemos enamorado y desenamorado, casado y descasado. Hemos tenido hijos que han crecido. Y algunos (¡ay!) se han ido para siempre. Aunque siempre regresan con nosotros durante esos días de junio.
En Arenas he aprendido mucho. Muchísimo. He escuchado a Ana María Matute contarnos su triste infancia de niña tartamuda. A Gloria Fuertes, entrañable, despedirse. A Bernardo Atxaga varias veces. Y a Gustavo Martín Garzo...no sigo por si se me olvida alguno, y pecaría de ingratitud, uno de los peores pecados que se pueden cometer.
Este año ha sido especialmente grato. A pesar del tremendo cansancio del fin de curso. A pesar de que ya casi ninguno tenemos energía suficiente para seguir hasta el alba. Hay que ver cómo se van notando las edades, qué mierda. El programa era intenso, en ritmo, calidad y contenido: el Maestro Agustín García Calvo, por ejemplo, y su verbo lúcido, tronante y necesario. Confieso que aunque intenté seguir su disertación concentrada y con la merecida atención, al escuchar que ves cinco vacas, pero en la realidad las cinco vacas no existen, pensé que hasta ahí habíamos llegado y cerré el pestillo. Sin un café.
Otra oportunidad: Paco Ibáñez, ya muy mayor el hombre, nos dio un concierto a la luz de la luna de antología. Y resultó que no era un disco de vinilo. Paco Ibáñez à L´Olympia...en illo témpore a mi no me gustaba Paco Ibáñez. Es decir: me encantaban sus letras, pero una en seguida se pasó a la movida, la verdad. Y mira tú por dónde, resulta que me sabía de memoria"Palabras para Julia" y lo de "Andaluces de Jaén, aceituneros altivos...". Qué cosas. Disfruté, me emocioné y cantuve todo lo cantable. Vamos, que me quedé nueva.
Pero el gran descubrimiento (todos los años procuro llevarme alguno al golete) ha sido un joven poeta salmantino: Raúl Vacas. Lo tengo en la mesilla, aunque no soy buena lectora de poesía, si exceptuamos a Pedro Salinas y a Neruda. Además le he fichado para que venga al Instituto porque yo creo que a los chicos les va a llegar.
Cada año salgo de Arenas con el firme propósito de leer más y mejor. Y también de quitarme el perezón y ponerme a escribir. Lo primero se me hace más fácil mantenerlo. Lo segundo es como dejar de fumar. Cachientó.
Pues eso: pilas cargadas, espíritu alimentado y a por el aborígen de fin de curso....Alapues