Wednesday, February 06, 2008

LA MÁSCARA BLANCA

Thinkerbell ganó el Tintero con ese viaje a La Habana...ains: cómo se nota cuando las palabras salen del corazón (poniéndolo todo perdido).

Ya que estábamos en Carnaval, nada mejor que proponer como tema de escritura un "Baile de máscaras". Aquí podréis leer el relato de la Thinker...con un malo muy, muy especial :-P

LA MÁSCARA BLANCA

Sobre la mesa, máscaras. Máscaras serenas, grotescas, solemnes, exóticas, hermosas. Máscaras para el último viernes de carnaval. Máscaras para salir de caza.
La manos frías y transparentes de Antonio Rocco della Valera, deán del distrito de San Marcos, acarician cada una de aquellas caretas. Es una ceremonia que se repite cada año, desde que hubo una primera vez en la que se sintió con poder suficiente para hacer realidad aquellas fantasías inconfesables. Su fiel Beppo, el único que conoce su secreto, las rescata de un oculto nicho y las expone con mimo sobre la mesa del gabinete privado a las doce de la noche del último viernes de Carnaval, para que él las palpe con los ojos cerrados, rememorando con deleite sensaciones vividas de placer extremo, recreándose en los recuerdos de susurros y de gritos ahogados, reviviendo un latido que se extingue entre sus dedos. Hace falta toda su férrea voluntad para abortar la erección. Todavía es pronto, más adelante.

Lucrecia Batista gira sobre sí misma, arrebolada, borracha de gozo. Es la primera vez que su padre le ha permitido asistir al baile della Cavalchina, en la Fenice; y Lucrecia, sus dorados cabellos cubiertos por la mantilla, sus glaucos ojos tras el antifaz, y un vestido que estrena de audaz color magenta, danza y danza entre bailarines anónimos cuyos verdaderos rostros y verdaderas identidades han sido suplantadas por máscaras serenas, grotescas, solemnes, exóticas o hermosas. Mañana, después del desfile de góndolas, cada uno volverá a sus grandezas o a sus miserias, pero ahora ricos y pobres danzan y el uno es el otro y el mañana no existe en esta última noche de Carnaval.
Lucrecia Batista gira sobre sí misma hasta que la danza, la opresión del corpiño y la vorágine de colores a su alrededor están a punto de desvanecerla. Una mano enfundada en un guante de suavísima piel blanca ciñe su breve cintura para evitar la caída y Lucrecia atisba, entre la bruma que precede al desmayo, una maschera nobili, blanca, neutra, sin facciones. Una máscara que no propone, solo oculta. Después, todo se torna negro.

Le despierta el frío y un intenso aroma a incienso a su alrededor. Sobre sus ojos, la máscara blanca y unas manos casi transparentes que surgen de una capa negra de seda, que arrancan su corpiño, que manosean con lascivia sus albos senos, que impregnan su piel con el sudor gélido de la lujuria desatada. Ella adivina lo que va a ocurrir y llora suavemente, implorando clemencia. Encima de ella, la máscara blanca se agita cada vez más convulsa mientras las manos viscosas de reptil se ciernen alrededor de su cuello y lo aprietan al ritmo de los embistes, cada vez más fuerte, cada vez más hondo, hasta el espasmo final. Después, de nuevo la calma, una oración susurrada a toda prisa y el silencio.
- Arroja el cuerpo al Canal y vete a casa- le dice a Beppo. Y el hombre de la máscara blanca y la capa negra de seda, vuelve la espalda y se va.

Beppo Batista enciende el candil y se dirige, cansado, hacia el fondo del callejón. La tenue luz ilumina el vestido magenta que su hija estrenaba y un terrible alarido de animal herido brota de sus entrañas y se confunde con la traca de fuegos artificiales que ponen fin al Carnaval.

El desfile de góndolas enfila el Gran Canal. Las luces de las antorchas encendidas apenas consiguen hacerse ver entre la espesa niebla con la que la laguna se venga por tantos días de excesos. Empieza Cuaresma y el ambiente fantasmagórico se alía con ella y contribuye al deber de recogimiento y penitencia. Hay un pesar en los corazones de las comparsas que, resacosas, lloran por el Carnaval que ha concluido.
La primera góndola va a pasar bajo el Puente de Rialto, pero se detiene de improviso cuando un clamor unánime sale de las gargantas de los pasajeros. Las antorchas, con su escasa luz de fuego fatuo, han iluminado un cuerpo desnudo que, ahorcado, se bambolea como un ridículo muñeco.
Es el cadáver de Antonio Rocco della Valera, deán del distrito de San Marcos. Apoyadas sobre el puente, en extraña exposición, trece máscaras y trece nombres de mujer.

5 comments:

Anonymous said...

Qué opresivo, qué angustioso... qué bien contado.

Felicidades una vez más por haber ganado, prima. Y no será la última.

averia said...

Prima: al loro con el nombre del malo malísimo...a ver si te suena je

Anonymous said...

He estado a punto de decir algo del malísimo Rouco,y de lo bien que le queda la perversidad con ese nombre, pero no quería ser tan malpensada... jajajaja...

Hastaquemecomprenlosdelgoogle said...

Várgame, que triste.

averia said...

Richal, Richal...
¿Por qué me has abandonao?