Thursday, February 14, 2008

PICARDÍAS


Mi vesina la Fefa ganó con un relato de novela negra muy, muy currado.
Y no se le ocurre otra cosa que proponer de tema "Camisón".
Para que no me llaméis triste o vampírica, esta semana me he puesto levemente frívola...
allá va:
PICARDÍAS

Frente al escaparate de la lencería, Raquel no pudo por menos de acordarse de uno de los Consejos para la Vida legados por su abuela Carmen:
“Y guárdate un camisón sin estrenar, hija mía, por si te tienen que ingresar en un hospital”.
No era aquella una tarde para pensar en hospitales. Febrero se había disfrazado con un sol primaveral, algo acatarrado, que, aun sin calentar el cuerpo, conseguía que el final del invierno se presintiera. Un engaño, porque aún quedaban heladas para asesinar los insensatos brotes del seto. También la escapada romántica a la que Antonio la había invitado podía ser un espejismo. Como el sol de aquella tarde de febrero.
Pero, aún así, Raquel se hallaba frente a un escaparate de lencería, sintiéndose entre ridícula o cobarde. Si se dejaba llevar por su fantasía y resultaba que Antonio carecía del toque gamberro que ella le había intuido, volvería a hundirse en el fango de la ignominia y perdería la poca dignidad que le quedaba. Si, por el contrario, no se atrevía, se iría convirtiendo en una respetable señorita de mediana edad, y se vería obligada a ataviarse con un collar de perlas majórica y un traje de chaqueta. Terrorífico.
Por eso quizá había llegado el momento de cumplir con un viejo sueño: emular a aquellas divinas actrices de la época del destape y sorprender a su recién estrenado amante con un numerito inolvidable que marcaría un antes y un después en su relación. El escenario, la habitación del hotel de París donde pasarían el fin de semana. Antonio en la cama, esperando con ansiedad que ella salga del baño. Se abre la puerta e, iluminada por suave luz, aparece ella, sensual y voluptuosa, esparciendo feromonas a su alrededor ( y ahí viene la parte más fashion del programa de festejos), vestida para la ocasión con un picardías transparente rojo con encaje negro, o con un transparente picardías negro con encaje rojo. Y liguero a juego, por supuesto.
Era una apuesta demasiado arriesgada. Al fin y al cabo, apenas hacía un mes que se habían conocido y todo parecía tan fluido y fácil entre ellos que Raquel aún permanecía sumida en cierto estado de estupor. Porque la aparición de Antonio en aquel momento preciso de su vida parecía el resultado de que los dioses, reunidos en asamblea, y con una conjunción astral favorable, hubieran decidido hacer un acto de justicia poética y compensarla por todos los escarnios con los que, en materia de amores, fue obsequiada en el pasado. Vestirse de Nadiuska en su primer viaje romántico quizá fuera algo excesivo, por mucho que a ambos les gustase compartir travesuras.
Pero también habían sido demasiados años de pijamas de franela y de camisetas viejas de algodón y demasiados años con un camisón de novicia guardado en el cajón por si un día tenía que ingresar en un hospital. Un hombre que te gusta tanto como para que te embadurnes la cara con serum alisador con efecto lifting y partículas de caviar en tu primera cita, es una oportunidad única en la vida, y Antonio se merecía que ella le enseñara su esencia de payasa en la Ciudad del Amor.
Y, como desde hacía un mes había recobrado la fe en los dioses y el sol de febrero le estaba dando la razón, entraría en aquella tienda y se compraría el picardías más hortera que encontrara.
Total, para lo que le iba a durar puesto...

Wednesday, February 06, 2008

LA MÁSCARA BLANCA

Thinkerbell ganó el Tintero con ese viaje a La Habana...ains: cómo se nota cuando las palabras salen del corazón (poniéndolo todo perdido).

Ya que estábamos en Carnaval, nada mejor que proponer como tema de escritura un "Baile de máscaras". Aquí podréis leer el relato de la Thinker...con un malo muy, muy especial :-P

LA MÁSCARA BLANCA

Sobre la mesa, máscaras. Máscaras serenas, grotescas, solemnes, exóticas, hermosas. Máscaras para el último viernes de carnaval. Máscaras para salir de caza.
La manos frías y transparentes de Antonio Rocco della Valera, deán del distrito de San Marcos, acarician cada una de aquellas caretas. Es una ceremonia que se repite cada año, desde que hubo una primera vez en la que se sintió con poder suficiente para hacer realidad aquellas fantasías inconfesables. Su fiel Beppo, el único que conoce su secreto, las rescata de un oculto nicho y las expone con mimo sobre la mesa del gabinete privado a las doce de la noche del último viernes de Carnaval, para que él las palpe con los ojos cerrados, rememorando con deleite sensaciones vividas de placer extremo, recreándose en los recuerdos de susurros y de gritos ahogados, reviviendo un latido que se extingue entre sus dedos. Hace falta toda su férrea voluntad para abortar la erección. Todavía es pronto, más adelante.

Lucrecia Batista gira sobre sí misma, arrebolada, borracha de gozo. Es la primera vez que su padre le ha permitido asistir al baile della Cavalchina, en la Fenice; y Lucrecia, sus dorados cabellos cubiertos por la mantilla, sus glaucos ojos tras el antifaz, y un vestido que estrena de audaz color magenta, danza y danza entre bailarines anónimos cuyos verdaderos rostros y verdaderas identidades han sido suplantadas por máscaras serenas, grotescas, solemnes, exóticas o hermosas. Mañana, después del desfile de góndolas, cada uno volverá a sus grandezas o a sus miserias, pero ahora ricos y pobres danzan y el uno es el otro y el mañana no existe en esta última noche de Carnaval.
Lucrecia Batista gira sobre sí misma hasta que la danza, la opresión del corpiño y la vorágine de colores a su alrededor están a punto de desvanecerla. Una mano enfundada en un guante de suavísima piel blanca ciñe su breve cintura para evitar la caída y Lucrecia atisba, entre la bruma que precede al desmayo, una maschera nobili, blanca, neutra, sin facciones. Una máscara que no propone, solo oculta. Después, todo se torna negro.

Le despierta el frío y un intenso aroma a incienso a su alrededor. Sobre sus ojos, la máscara blanca y unas manos casi transparentes que surgen de una capa negra de seda, que arrancan su corpiño, que manosean con lascivia sus albos senos, que impregnan su piel con el sudor gélido de la lujuria desatada. Ella adivina lo que va a ocurrir y llora suavemente, implorando clemencia. Encima de ella, la máscara blanca se agita cada vez más convulsa mientras las manos viscosas de reptil se ciernen alrededor de su cuello y lo aprietan al ritmo de los embistes, cada vez más fuerte, cada vez más hondo, hasta el espasmo final. Después, de nuevo la calma, una oración susurrada a toda prisa y el silencio.
- Arroja el cuerpo al Canal y vete a casa- le dice a Beppo. Y el hombre de la máscara blanca y la capa negra de seda, vuelve la espalda y se va.

Beppo Batista enciende el candil y se dirige, cansado, hacia el fondo del callejón. La tenue luz ilumina el vestido magenta que su hija estrenaba y un terrible alarido de animal herido brota de sus entrañas y se confunde con la traca de fuegos artificiales que ponen fin al Carnaval.

El desfile de góndolas enfila el Gran Canal. Las luces de las antorchas encendidas apenas consiguen hacerse ver entre la espesa niebla con la que la laguna se venga por tantos días de excesos. Empieza Cuaresma y el ambiente fantasmagórico se alía con ella y contribuye al deber de recogimiento y penitencia. Hay un pesar en los corazones de las comparsas que, resacosas, lloran por el Carnaval que ha concluido.
La primera góndola va a pasar bajo el Puente de Rialto, pero se detiene de improviso cuando un clamor unánime sale de las gargantas de los pasajeros. Las antorchas, con su escasa luz de fuego fatuo, han iluminado un cuerpo desnudo que, ahorcado, se bambolea como un ridículo muñeco.
Es el cadáver de Antonio Rocco della Valera, deán del distrito de San Marcos. Apoyadas sobre el puente, en extraña exposición, trece máscaras y trece nombres de mujer.